jueves, 3 de marzo de 2016

¿Para qué sirve la filosofía política? – Mario Bunge

¿Qué es la filosofía política? Es la rama de la filosofía que sopesa los méritos y defectos de los distintos órdenes políticos, tales como el liberal, el democrático, el socialdemocrático y el fascista. El filósofo político nos dice qué regímenes favorecen los intereses de las mayorías y cuáles los de las minorías; qué gobiernos protegen los derechos y cuáles los restringen; qué Estados promueven el progreso y cuáles lo obstaculizan. Además, y por esto hace filosofía antes que ideología, el filósofo político procura dar argumentos en favor o en contra de los distintos órdenes sociales. Por ejemplo, nos dirá que la libertad incontrolada del individuo es tan enemiga de la democracia como la opresión, porque supone que no hay valores sociales y que todo está en venta. O nos dirá que la libertad y la democracia vienen de abajo, no de arriba, ya que el privilegio es enemigo de la libertad y de la igualdad.
¿Para qué sirve la filosofía política? Unas veces para bien, otras para mal, y otras más para nada. Veamos algunos ejemplos. El liberalismo político nació en el cerebro de John Locke, el gran filósofo del siglo XVI. Según Karl Popper, el fascismo fue concebido por Hegel, mientras que Isaiah Berlin lo hace nacer en el cerebro de Joseph de Maistre. El filósofo y economista John Stuart Mill defendió el socialismo democrático, en tanto que su homólogo Marx abogó por el socialismo dictatorial. Nietzsche, Gentile y Heidegger fueron fascistas, mientras que Engels y Antonio Labriola abogaron por el socialismo marxista. Benedetto Croce fue liberal pero no democrático, mientras que Norberto Bobbio osciló entre el liberalismo y el socialismo. John Rawls combinó el liberalismo político con el socialismo estatal, mientras que Ronald Dworkin hace filosofía liberal limitada al ámbito jurídico. Pero es verdad que la mayoría de los filósofos políticos han sido inanes, por haberse limitado a comentar ideas políticas de otros.
Los filósofos políticos contemporáneos creen poder desligar las ideas políticas de una concepción del mundo. Sin embargo, toda concepción de la política presupone una concepción del mundo. Por ejemplo, si todo dependiera de las ideas, la acción política se reduciría a hablar y escribir; si estamos sometidos a la voluntad de Dios, la oración será más eficaz que la acción; si la naturaleza humana es invariable, las reformas sociales serán inútiles; y si, en cambio, somos cambiantes, no debemos diseñar sociedades rígidas, por perfectas que nos parezcan ahora.
Sólo unos pocos filósofos, en particular Platón, Aristóteles, Locke, Hegel y Marx, ubicaron sus ideas políticas en amplios sistemas. Pero algunos de esos sistemas fueron incoherentes. Por ejemplo, Marx no advirtió que el igualitarismo es incompatible con la dictadura del proletariado; casi todos los filósofos políticos fueron indiferentes a la dependencia de la mujer; y a ninguno de los héroes del liberalismo le interesó la suerte del Tercer Mundo.
Pero lo más importante no es la obra de tal o cual filósofo político, sino el hecho de que la plataforma de cualquier movimiento político es una declaración de principios filosóficos. Este partido proclamará la prioridad de la libertad, aquél el de la igualdad; este otro sostendrá el primado de la democracia, y aquél el de la justicia social; uno será laico y otro religioso; éste dará prioridad a la eliminación de la pobreza, aquél a la libertad de empresa. Recordemos un par de ejemplos de actualidad.
Cuando se anunció la crisis económica actual, el superbanquero norteamericano Alan Greenspan se declaró sorprendido, porque la filosofía política que había aprendido de su mentora, la novelista y filósofa pop Ayn Rand, afirmaba que el capitalismo es el orden social natural, ya que responde al egoísmo propio de la naturaleza humana. (Obviamente, nunca trabajó en una ONG de forma voluntaria.) Greenspan tuvo la honestidad de admitir que se había equivocado; pero persistió en su creencia de que la situación actual se repetirá indefinidamente debido a las incorregibles fallas humanas.
En otras palabras, recurrió al mismo argumento de los estalinistas: el sistema es perfecto, pero los encargados de mantenerlo son imperfectos, de modo que, cuando fallan, merecen ser destruidos. ¿Cómo sabemos que el sistema actual es perfecto? Porque lo afirmó una profetisa. Y ¿cómo sabemos que todos los seres humanos son egoístas? Porque lo aseguró otro profeta.
Poco después de anunciarse la crisis, los presidentes Bush y Sarkozy, y los primeros ministros Brown y Merkel, anunciaron el fin del laissez-faire, y el comienzo de una política de salvamento. Ésta consiste en sonsacar el dinero a los pobres contribuyentes, para dárselo a las grandes corporaciones en peligro de bancarrota. La derecha de la derecha norteamericana puso el grito en el cielo: declaró que el llamado «paquete de estímulo» era socialismo.
Esta protesta puso en evidencia que esos ultraderechistas no conocen el ABC de la filosofía política. En efecto, el socialismo propone la socialización de la esfera pública, mientras que la política pro-capitalista consiste en salvar al sistema a costillas del pueblo: en socializar las pérdidas y privatizar las ganancias. Es verdad que la nacionalización de algunos bancos, que se efectuó en Gran Bretaña y amenaza con realizarse en Estados Unidos, huele a socialismo, pero solamente a las narices que no distinguen el socialismo del estatismo, ni por lo tanto el socialismo del estalinismo.
La filosofía política estudia las ideologías sociales pero no se limita a ellas. También estudia el sistema político como componente de la sociedad; en particular, estudia los intereses privados y los sentimientos morales que mantienen o alteran un orden político dado, así como los derechos y deberes del ciudadano en los distintos sistemas políticos. Pone particular interés en la justicia como equilibro entre derechos y cargas sociales; e investiga la cuestión de si la justicia social es una meta alcanzable o un espejismo.
Una filosofía política amplia reconocerá que la política no se limita a la lucha por el poder, sino que incluye la gobernanza y los problemas técnicos y políticos que ésta plantea. En particular, el filósofo político a tono con su tiempo indaga la posibilidad de la gobernanza científica, o sea, planeada y ejecutada a la luz de las ciencias sociales antes que de la oportunidad política del momento. En particular, el filósofo político debe reconocer que la protección del medio ambiente requiere medidas que limiten la propiedad privada y que, por lo tanto, susciten la resistencia de quienes la poseen. Y debe saber que la Revolución Verde, y en general el uso de organismos modificados genéticamente, aumenta tanto el rendimiento de las cosechas como las diferencias entre las empresas agrícolas y los campesinos pobres. O sea, el filósofo político tendrá que examinar los efectos de todo tipo que causen los insumos científicos y tecnológicos al Estado.
Si el filósofo político es favorable a la mejora de la calidad de vida, deberá empezar por averiguar cómo se mide ésta. Si un economista le dice que la mejor medida es el PIB, un socioeconomista le informará que la riqueza total no basta: que también hay que saber cómo se distribuye, ya que hay naciones, tales como Arabia Saudí, con un enorme PIB, en que la mayoría vive mal; y hay otras, como Costa Rica, que son pobres pero donde la gente vive mucho mejor y más. Por este motivo, la Organización de las Naciones Unidas propuso medir la calidad de vida por su índice de desarrollo humano, que promedia tres variables: salud, ingreso per cápita y educación.
Pero aquí faltan dos variables: desigualdad de ingresos y sostenibilidad ecosocial. La sostenibilidad importa si se admite que somos responsables de nuestra descendencia. Y la desigualdad también importa porque, cuando es pronunciada, es causa de conflictos sociales y daña a la salud aún más que la pobreza absoluta. Por este motivo es preciso ampliar el índice de las Naciones Unidas, agregándole indicadores de desigualdad y de sostenibilidad. […]
En Filosofía política también examino la posibilidad de ampliar la democracia del terreno político a los demás terrenos pertinentes: la administración de la riqueza, el entorno natural y la cultura. Vuelvo a sugerir […] una alternativa tanto al capitalismo en crisis como al socialismo ya fenecido y que nunca fue genuino. Esa alternativa es la democracia integral: igualdad de acceso a las riquezas naturales, igualdad de sexos y razas, igualdad de oportunidades económicas y culturales, y participación popular en la gerencia de los bienes comunes.
En definitiva, la filosofía política no es un lujo sino una necesidad, ya que es vital para entender la actualidad política y, sobre todo, para pensar un futuro mejor. Pero para que preste semejante servicio, la filosofía política deberá formar parte de un sistema coherente al que también pertenezcan una teoría realista del conocimiento, una ética humanista y una visión del mundo acorde con la ciencia y la técnica contemporáneas.
Extraído de “Filosofía política” de Mario Bunge, págs. 13-17


El Determinismo Social

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