sábado, 12 de marzo de 2016

La Madre de la Era Postmoderna por Elisa Molina

De acuerdo al sociólogo Alain Ehrenberg (2000) la sociedad actual ha ido dejando los criterios de la primera mitad del s. XX basados en un modelo disciplinario de lo permitido y lo prohibido, ampliando las visiones, la libertad de elección y fomentando la realización personal. La autoridad tradicional queda en tela de juicio y surgen ya no normas o patrones específicos de crianza sino múltiples posibilidades frente a las cuales elegir (Ehrenberg, 2000; Gergen, 1991).
En este contexto se aprecia una prevalencia del discurso moderno sobre maternidad (Hays, 1998) conjuntamente con la emergencia de nuevas ideas que surgen como visiones opuestas. Se origina por ejemplo, una contradicción entre crianza intensiva del niño y el ethos de las relaciones impersonales y competitivas en la búsqueda de ganancias individuales. Desde este punto de vista la maternidad empieza a ser contraria a realización personal. Se disminuye el número de hijos y la opción laboral y actividades fuera del hogar aumentan como tema de la mujer y las madres. La postergación de la maternidad empieza a ser aceptada lo que se evidencia en una ampliación de la brecha generacional (Burin, 1998).

La crianza propiamente empieza a considerarse como una tarea colectiva. Se plantean nuevas formas de definir los roles parentales y de género en la familia (Burin, 1998; Hays, 1998). Un ejemplo de esto son las licencias postnatales que se están otorgando a los padres en algunos países, siendo incluso considerada en el programa legislativo chileno. Otro ejemplo es la explosión de instituciones de colaboración en distintos planos de la crianza.
Esta complejización de las concepciones en torno a la maternidad y la apertura de posibilidades para la mujer empieza a considerar a la función materna como menos positiva y menos atractiva que en otras épocas. No solo no queda claramente establecido como un rol que valoriza a la mujer, sino que además los propios hijos empiezan a ser vistos como carga y considerados como interfiriendo en las motivaciones de realización profesional y deseos de tener una acción en la sociedad (Araya & Bitrán, 1995; Burin, 1998). Por otra parte las nuevas y crecientes problemáticas que vive la infancia y la juventud actual (problemas conductuales, violencia, adicciones a drogas y alcohol, sexualidad precoz, comportamiento antisocial, etc.), ya no son vistas solo como falla materna. De algún modo volvemos a la visión en que el niño no es inocente y tal vez retornamos a algunos rasgos antiguos que hacen sentirse al adulto amenazado, desconfiado y lo cuestionan entre tomar acciones de cuidado, entrega, provisión y cercanía, o defensa, represión, indiferencia y distancia (Bertoglia, 2004).
Dinámicas de la Postmodernidad
Los conceptos relativos a la maternidad en la época actual están inmersos en las características sociales y culturales propias de la era postmoderna. Para explorar los efectos de esta cultura, se consideran algunos de los intentos por conceptualizar estas transformaciones, propuestos por Ehrenberg (2000) y Gergen (1991; McNamee & Gergen, 1999).
Según Gergen (1991) debido a la influencia de la tecnología, la definición del sí mismo experimenta una serie de transformaciones, hacia una visión múltiple, donde los límites del yo y el concepto de persona individual pierden coherencia. El yo no es una esencia, algo unitario, sino un producto de las relaciones en que las personas están insertas por distintos medios. Lo que surge es el yo relacional, no inmerso en una realidad individual e interna sino en el espacio de relación con otros. Este fenómeno, desplegado en una época donde se asiste a una amplia proliferación de relaciones sociales, caracterizadas por la superficialidad y transitoriedad, lleva como consecuencia psicológica la saturación social, donde se multiplican los patrones de comparación disponibles en la cultura afectándose las vidas individuales.
Estos fenómenos llevarían a la escisión del individuo en una multiplicidad de investiduras de su yo, lo que Gergen denomina multifrenia, y que, junto con ofrecer múltiples posibilidades, genera sentimientos de deber permanente, dudas sobre sí mismo y sensación de insuficiencia, requiriendo a su vez de nuevas capacidades, para enfrentar la contradicción, como tolerancia a la ambigüedad identitaria, auto cuestionamiento y aceptación de las múltiples racionalidades posibles (Gergen, 1991).
Ehrenberg (2000) coincide en proponer que la generación de sentimientos de insuficiencia sería una consecuencia psicológica de la posmodernidad. Sin embargo, no liga este fenómeno directamente a la saturación social, sino que por el contrario, considera que se genera por una prioridad de la iniciativa y acción individual. Para Ehrenberg la propia identidad se encuentra amenazada por un cambio de paradigma desde un lenguaje normativo a otro de posibilidad. El individuo se ha emancipado aparentemente de las limitaciones impuestas por las normas culturales, pero se encuentra atrapado en el enfrentamiento entre lo posible y lo imposible. Existiría un cuestionamiento en torno a la identidad estrechamente ligado a la acción.
De este modo, la persona enfrentaría la exigencia de hacerse responsable de una vida de discernimiento, iniciativa y acción autónoma experimentando vivencias de inseguridad en torno a la identidad. Este análisis parece coherente para abordar la imagen actual de la madre en un contexto de aumento de posibilidades y exigencias en torno al rol, mientras disminuyen las pautas. En esta tarea de definición de sí misma como madre, al mismo tiempo la mujer enfrenta la alta demanda de una infancia y juventud sometidas a los cambios culturales mencionados y a la presión de situaciones como la cultura permisiva, dificultades en el desarrollo, riesgos de todo tipo, el cuestionamiento de la opción parental y aumento de comportamiento parental desviado como maltrato, negligencia y abuso sexual.
Según Ehrenberg (2000) una consecuencia de estos fenómenos en las madres es la depresión, que se presenta ya no como una patología, sino como una respuesta de personas comunes y corrientes a los sentimientos de insuficiencia frente a responsabilidades que no se cree poder sobrellevar. Por una parte están todos los derechos que se perciben como adquiridos en una era que se plantea como llena de posibilidades y de conquistas para la mujer y por otra se carga con las exigencias de los valores modernos de maternidad. Este mismo autor plantea que existe una nueva estructura social caracterizada por el debilitamiento de los lazos sociales, lazos más diversos, pero más superficiales y la privatización de la existencia, donde la acción pública se realiza en el contexto del mundo individual, en que los grupos organizados, los principios y valores colectivos pierden relevancia. Se pierde el límite entre lo público y lo privado, entendidos como espacios o contextos de la vida cotidiana. Este fenómeno es claro si lo llevamos al ámbito de la crianza: se crean instituciones de salud, administración pública, social, legal, que en algún sentido se introducen en la vida individual y las relaciones familiares y reemplazan o complementan funciones que en otro tiempo eran realizadas únicamente en contextos privados y construyen nuevas formas de acción social destinadas a abordar necesidades que aparecen no cubiertas suficientemente por los roles tradicionales.
La mujer postmoderna se desempeña en el espacio privado y público, en climas de competencia e individualismo, donde encuentra los antivalores de los cuales el ambiente privado de la era romántica la pretendía defender. En este escenario, tomando las ideas de Ehrenberg ella quedaría desprotegida como individuo en el espacio público, y de acuerdo a lo planteado por Gergen quedaría vulnerable a las interacciones intensas e inestables, expuesta a solipsismo psicológico y confusión en torno a la identidad.
Sin embargo Gergen va más allá, planteando en el yo relacional también respuestas hacia formas de vida más armónicas (McNamee & Gergen, 1999). A la crisis que experimenta la identidad individual como estructura interna con límites definidos, se agregan nuevas formas de comprensión de la mente humana, como procesos internos y subjetivos, pero además como intersubjetiva y relacional. Surge un nueva dimensión en la experiencia psicológica que corresponde a un dominio de comprensión compartida entre dos o más persona, lo que acontece en el espacio intersubjetivo (Marková, 2003). Esta noción ofrece una nueva visión acerca de las relaciones interpersonales y su relevancia como procesos humanos.
McNamee y Gergen (1999) apoyan la tesis de los fenómenos relacionales, proponiendo el concepto de responsabilidad relacional como opuesto a las tendencias individualistas. Ellos plantean que los fenómenos relacionales son los que permiten participar en la definición de los nuevos conceptos de la posmodernidad donde cada concepto es un movimiento potencial en una conversación, generando un nuevo sentido de realidad y de acciones posibles. Su contribución al tema de la responsabilidad es que en la medida que las relaciones sociales van asumiéndose como una realidad en el nuevo discurso postmoderno, la tendencia a culpabilizar la conducta individual es reducida.
Al detenerse sobre esta dimensión relacional planteada como proceso de la vida humana, surge la comparación con cualidades que en otros contextos y épocas históricas son vistas como propias de lo femenino y de la maternidad. Haciendo referencia a lo señalado previamente en este artículo, la capacidad de relación, de empatía y de apertura a otros, aparecen como distintivas de la naturaleza femenina y en particular de la diosa griega Demeter, quien simboliza la maternidad. Ésta, que aparece como una condición esencial de lo femenino y materno, es puesta por los teóricos socio-construccionistas como una condición de la naturaleza social de la construcción de significados, que lleva a formas novedosas y más positivas de experiencia y actúa contra formas de “mal” individualismo que dan prioridad a los aspectos no relacionales del sí mismo (Flax, 1997). Igualmente podemos plantear aquí que la crisis de identidad femenina puede apuntar a que rasgos tradicionalmente atribuidos únicamente a la mujer pierden esa cualidad.
En este contexto se desenvuelve la madre postmoderna, con nuevos parámetros de evaluación, nuevas formas de participar en el juego social que generan nuevos vocabularios (coordinadora, acuerdo, movimiento social, movilización, redes, mesa de diálogo, reconciliación), la maternidad queda menos señalada como única condición definitoria del sí mismo de la mujer y de su valor como persona.
En síntesis, podemos asistir a distintos escenarios posibles: de madres agobiadas y deprimidas por el exceso de responsabilidad, confusas frente a los múltiples roles que deben desempeñar (profesional, laboral, familiar, de pareja, social), de visiones que deben enfrentar, exigidas a dar respuestas eficaces, pero también madres participantes en un ambiente colectivo, que adquieren nuevos repertorios para desenvolverse y crean espacios de experiencia e interacción, alcanzando nuevas comprensiones para los temas de la vida cotidiana, de la crianza, de su rol de madre, de actor en la sociedad y de sí mismas.

Fragmento extraído de “Transformaciones histórico culturales del concepto de maternidad” de Maria Elisa Molina. Escrito para la revista PSIKHE 2006, Vol.15, Nº 2, 93-103


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