sábado, 19 de marzo de 2016

Ann Oakley, el trabajo doméstico y el rol del ama de casa, por Anthony Giddens

Planteamiento del problema

Tal vez usted piense que ‘trabajo’ es exclusivamente aquello que se realiza en el mundo de las empresas, la agricultura o la industria fabril. Hasta la década de los setenta, los estudios sociológicos sobre el trabajo se centraban en el empleo remunerado, la esfera pública. Con ello, ignoraban la esfera doméstica asumiendo que lo que acontecía dentro de las familias era una cuestión privada. Pro estos supuestos tan arraigados se vieron completamente alterados por la segunda oleada de feminismo, que desafió la idea de que la vida personal no era relevante para los sociólogos. ¿Cómo llegaron a generalizarse tanto estos supuestos? ¿Cuál es la relación entre trabajo remunerado y la bores domesticas? Ann Oakley investigó estas cuestiones en dos libros relacionados, publicados en 1974, The sociology of housework y housewife.



La explicación de Oakley
Oakley defendía que el trabajo doméstico, en su forma presente en Occidente, surgió con la separación entre hogar y lugar de trabajo. Con la industrialización, el ‘trabajo’ se alejó del hogar y la casa se convirtió en un lugar de consumo más que de producción de bienes. El trabajo doméstico se volvió ‘invisible’ a medida que el ‘autentico trabajo’ se iba definiendo cada vez más como aquel por el que se percibía un salario. Tradicionalmente, el trabajo doméstico se ha considerado patrimonio de la mujer, mientras que el ‘auténtico trabajo’ fuera de casa se reservaba para el hombre. Según este modelo convencional, la división del trabajo doméstico -la forma que tienen los miembros del hogar de compartir las responsabilidades domésticas- era bastante sencilla. Las mujeres se hacían cargo de casi todas, o de todas, las labores domésticas, mientras que los hombres ‘cubrían’ las necesidades de la familia al ganar un salario.
La época en la que se desarrolló la idea de la ‘casa’ como algo independiente también fue testigo de otra serie de cambios. Antes de que los avances de la industrialización empezaran a afectar la esfera doméstica, el trabajo en el hogar era duro y agotador. La colada semanal, por ejemplo, era una tarea ardua y exigía mucho tiempo y esfuerzo. La introducción del agua corriente fría y caliente en los hogares elimino tareas que llevaban mucho tiempo; antes, la propia agua había de llevarse a casa y calentarse allí, como sigue ocurriendo en gran parte del mundo en vías de desarrollo. Las tomas de electricidad y de gas convirtieron en algo obsoleto las cocinas y estufas de carbón y leña, de modo que, en general, se eliminaron actividades como cortar leña, transportar carbón y limpiar constantemente las estufas.
Sin embargo, el promedio de tiempo que empelaban las mujeres en realizar las actividades domésticas no se redujo de forma muy considerable, a pesar de la introducción de máquinas que ahorraban tiempo. el tiempo que emplean las mujeres británicas que no tienen un trabajo remunerado en sus tareas domésticas se ha mantenido bastante constante en el último medio siglo, ya que las casas se limpian más a fondo que antes. Los electrodomésticos eliminaron algunas de las tareas más pesadas, pero se crearon otras para sustituirlas. Aumentó el tiempo dedicado a cuidar a los niños, almacenar compras en casa y preparar la comida. Este trabajo doméstico no remunerado tiene una enorme importancia para la economía. Se ha calculado que este tipo de ocupación supone entre un 25% y un 40% de la riqueza creada en los países industrializados. Una encuesta de ámbito nacional sobre uso del tiempo en 2002 estimaba que si el trabajo doméstico estuviera pagado en el Reino Unido, supondría 700000 millones de libras para la economía británica (Oficine of National Statistics). Para Oakley, este trabajo doméstico no reconocido no recompensado mantiene el resto de la economía, al proporcionar servicios gratuitos esenciales a gran parte de la población remunerada.
La dedicación plena de las mujeres a las tareas domesticas puede aislar y alienar y carece de una satisfacción intrínseca. A las amas de casa del estudio sus tareas les parecían enormemente monótonas, y les costaba trabajo escapar de la presión psicológica que ellas mismas se imponían para cumplir ciertos mínimos. Como las tareas domésticas no están remuneradas y no aportan ninguna recompensa monetaria en forma directa, las mujeres consiguen la satisfacción y una recompensa psicológica alcanzando niveles de limpieza y orden que cumplen reglas impuestas desde fuera. Pero, a diferencia de los trabajadores masculinos, las mujeres no pueden marcharse del ‘lugar de trabajo’ al acabar el día.
Las formas de trabajo remunerado y no remunerado están estrechamente relacionadas, como demuestra la contribución de las labores domésticas al conjunto de la economía. Y aunque algunas delas mujeres entrevistadas dijeron que en casa ellas eran ‘su propio jefe’, parta Oakley se trata de una idea ilusoria. Mientras que los hombres trabajan cumpliendo un horario fijo y evitan colabora en el hogar, todas las tareas domésticas adicionales, como el cuidado de los hijos, parejas o familiares mayores enfermos, suponen un aumento de las horas de trabajo de las mujeres, a las que se considera las ‘cuidadoras naturales’ en el hogar. Como resultado, los hombres suelen separara bastante claramente trabajo y ocio y sienten que las tareas extras repercuten en su tiempo libre protegido, lo que no tiene mucho sentido en el caso de las mujeres, ya que es evidente esta división del tiempo. Oakley también observo que el trabajo remunerado aporta unos ingresos, que a su vez crean unas relaciones de poder desiguales, al hacer a las amas de casa dependientes de sus compañeros masculinos para su propia supervivencia y la de su familia.

Puntos críticos
Algunos críticos discrepan de los argumentos de Oakley de que el patriarcado y no la clase social es el principal factor para explicar la división de género de las labores domésticas. Para ellos, esta forma de pensar olvida la diferente manera en que se toman las decisiones y se comparten los recursos entre las clases medias y las clases trabajadoras. Los cambios sociales más recientes también plantean la cuestión de si las mujeres trabajadoras realmente llevan una ‘doble carga’, al tener que combinar el trabajo remunerado y el del hogar. Gershuny, por ejemplo, afirma que se han producido auténticos cambios que han servido para nivelar, hasta cierto punto, el volumen del trabajo. Según este autor, el volumen de las labores domésticas realizadas por los hombres había aumentado, y si contamos la cantidad total de trabajo (remunerado y domestico) que realizan hombres y mujeres, vemos que se está produciendo un proceso de nivelación, aunque la adaptación de la sociedad a una mayor participación femenina en el mercado laboral es más lenta de lo esperado. Por tanto, podemos esperar que la actitud de las generaciones más jóvenes cambie a medida que su socialización se vaya produciendo dentro de situaciones familiares más igualitarias. El estudio realizado por Sullivan sobre el tiempo de que disponen las familias británicas apoya la conclusión optimista de Gershuny. Esta autora descubrió que, desde finales de la década de los cincuenta, la porción de las labores domésticas que realizan las mujeres ha disminuido una quinta parte en todos los grupos sociales y que, a medida que se producía una mayor incorporación femenina al trabajo remunerado, menor era el tiempo que dedicaban a las tareas domésticas. Estos estudios podrían sugerir que quizás Oakley era demasiado pesimista sobre las posibilidades de cambio en las relaciones de género en el hogar.

Trascendencia actual
Los trabajos de Ann Oakley fueron tremendamente influyentes en los setenta y los ochenta, cuando los estudios feministas abrieron el campo sobre género y relaciones domésticas. A pesar de las criticas legitimas recibidas posteriormente, sus ideas no han perdido relevancia. Incluso Gershuny, Sullivan y otros admiten que, a pesar de los cambios sociales que están en marcha, por lo general las mujeres siguen realizando más tareas domésticas que los hombres. Todo ello apoyaría la opinión de Oakley de las sociedades occidentales tienen actitudes y supersticiones muy arraigadas sobre lo que constituir el ‘lugar adecuado’ de la mujer en la esfera doméstica.
Más recientemente, Crompton et al. han llegado a la conclusión de que el proceso de igualdad se está demorando, porque la presión económica global ha producido un aumento de la competencia, lo que fuerza a las empresas a exigir un mayor compromiso de sus empleados (hombres en su mayoría). Las actitudes sobre la división del trabajo doméstico estaban cambiando, pero las prácticas en los hogares de algunos países, incluyendo Reino Unido, estaban de nuevo retrocediendo hacia modelos más tradicionales.
Es evidente la necesidad de seguir realizando investigaciones comparadas sobre el impacto del cambio económico global en la división de labores domésticas, pro el trabajo efectuado por Oakley en los setenta consiguió convencer a los sociólogos de que la comprensión de las sociedades y del cambio social debería incluir el análisis de las relaciones que se desarrollan en los entornos domésticos tanto como en el de la esfera pública del trabajo y el empleo remunerado.

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