jueves, 17 de marzo de 2016

Harry Braverman y la degradación del trabajo en el capitalismo

Planteamiento del problema
Cuando Blauner (1964) investigó la sensación de alienación de los trabajadores llegó a la conclusión de que el aumento de la automatización podría servir para reducir dicha experiencia. Pero ¿puede la tecnología tener tanta influencia en los procesos laborales? ¿Por qué algunas tecnologías se incorporan de manera más generalizada al proceso de producción que otras? El enfoque sociológico académico de Blauner fue rechazado por el marxista estadounidense Harry Braverman, en su famosos libro Labor and Monopoly capital (1974), donde presentaba una evaluación muy diferente de la automatización y los medios fordistas de producción y gestión, que según el formaban parte de un proceso general de “descualificación” de la mano de obra industrial.
La explicación de Braverman
Braverman no se planteó el estudio del capitalismo como sociólogo. Había sido (entre otras cosas) artesano del cobre, fontanero, chapista y oficinista; se había convertido al socialismo en sus años de juventud y posteriormente contribuyó a fundar la Socialist Union, una facción disidente del partido de los American Socialist Workers. Por tanto, cuando inicio el estudio del problema de la tecnología, la automatización y las capacidades humanas, ya había experimentado de primera mano algunos de los efectos del cambio tecnológico. En sus escritos se aprecia claramente la perspectiva de un hombre muy comprometido que conoce aquello de lo que habla.


Braverman utilizo el concepto marxista de alienación para sostener que, lejos de mejorar la situación de los trabajadores, la automatización, combinada con los métodos de organización tayloristas, en realidad intensificaba la sensación de alejamiento de los obreros del proceso de producción y “descualificaba” la mano de obra industrial. Al imponer técnicas organizativas tayloristas y dividir el trabajo en tareas especializadas, los directivos conseguían controlar a los trabajadores. Tanto en los ámbitos industriales como en las oficinas, la introducción de nuevas tecnologías contribuía a la degradación general del trabajo, limitando la necesidad de aportación humana creativa. En lugar de esta, todo lo que se necesitaba era un cuerpo que no pensara ni reflexionara y que fuera capaz de llevar a cabo la misma tarea no cualificada sin descanso.
Este autor rechazaba la idea de que las tecnologías pudieran ser “neutrales” o su uso inevitable, afirmando, por el contrario, que su desarrollo e introducción servían a las necesidades del capitalismo. Del mismo modo, creía que no tenía sentido culpar a las maquinas o a la propia tecnología de la alienación de los trabajadores; el problema residía en la división de clases sociales que determinaba la forma de uso de dicha maquinaria. En concreto, Braverman sostenía que desde finales del siglo XIX se había desarrollado una era de “capitalismo monopolista” A medida que las pequeñas empresas eran absorbidas o desplazadas por compañías cada vez más grandes, estas nuevas empresas monopolistas podían permitirse la creación de un nuevo nivel técnicos, científicos y directivos cuya labor era encontrara métodos mejores y más efectivos de controlar a los trabajadores […].

Algunos sociólogos industriales consideraban que el desarrollo tecnológico y los procesos automatizados requerirían una mano de obra más educada, mejor formada y mas participativa, lo que sigue siendo una opinión generalizada en la opinión política moderna de nuestros días. Pero Braverman disentía. De hecho, pensaba exactamente lo contrario. Aunque los “niveles medios de especialización” pudieran ser mayores que anteriormente, esto enmascaraba el hecho de que los trabajadores habían sido, en general, descualificados. Tal y como el mismo expreso mordazmente, “cuando dicen que la especialización ‘media’ ha aumentado, adoptan la lógica del estadístico que, con un pie en el fuego y otro en el agua helada, comenta que de ‘promedio’ está perfectamente bien”.
Aunque resulte paradójico, cuanto más se integra el conocimiento científico en los procesos laborales, menos necesitan saber los trabajadores y menos comprensión tienen de la maquinaria y del propio proceso productivo. En su lugar, surge una división cada vez mayor fruto del aumento del control de los trabajadores por los empresarios. Braverman sostenía que el capitalismo monopolista era una expresión más potente del capitalismo que sería mucho más difícil de derribar.
Puntos críticos
La tesis de Braverman ha sido objeto de diferentes críticas. En primer lugar, da una excesiva importancia a la difusión del taylorismo, al asumir que se convertiría al modo dominante de gestión. Los sociólogos industriales creen que nunca llego a implementarse por completo de modo generalizado, por lo que Braverman habría estado oponiéndose a una especie de “espejismo”. En segundo lugar, para las feministas, su tesis se centra en los trabajadores varones y no explica nada de la naturaleza particular de la opresión de las mujeres. Otros indican que no ofrece una explicación adecuada de los cambios en las estructuras familiares y su impacto en la vida laboral. Por último, puede alegarse que su tesis de la descualificación tiende a considerar de forma romántica las anteriores formas de producción, especialmente las más artesanales, a las que compara con la moderna fabricación en masa. Puede argumentarse que este punto de vista es ajeno a la historia, ya que no contempla de un modo apropiado la evolución histórica.

Trascendencia actual
Las ideas de Braverman tuvieron un impacto enorme. Cambiaron la perspectiva funcionalista que dominaba la sociología industrial y ejercieron una gran influencia en muchos sociólogos posteriores que trabajaron en este campo. Su libro, del que en 2000 se habían vendido 125000 copias, también fue todo un éxito popular. No obstante, probablemente el principal objetivo de Braverman era contribuir a la renovación de la propia teoría marxista, que en su opinión había sido incapaz de adaptarse a la forma radicalmente diferente del capitalismo que se desarrolló en el siglo XX. Aunque algunos marxistas han calificado su tesis como demasiado pesimista, ya que no daba opción a que los trabajadores pudieran ofrecer una resistencia efectiva al capitalismo monopolista, podría decirse que la disminución del número de trabajadores sindicados junto con lo incorporación masiva de la tecnología de la información en los centros de trabajo y la sociedad en general demuestran que su argumento central mantiene, en el siglo XXI, gran parte de su fuerza.

Extraído de “Sociología” de Anthony Giddens 6ta ed. pág. 960-961

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