sábado, 12 de marzo de 2016

Conocimiento: ¿personal o social? por Mario Bunge

Hace medio siglo se discutió apasionadamente la cuestión de si el conocimiento, en particular la ciencia, es personal o social. Hubo grandes autoridades en ambos bandos. Ejemplo, el físico Percy W. Bridgman y el bioquímico Michael Polanyi juraban que la ciencia es personal, en tanto que el sociólogo Robert K. Merton y el físico John D. Bernal eran que la ciencia es social.
¿Cuál de las dos opiniones es la verdadera? Creo que se trató en parte de un malentendido. Los unos se referían al conocer o investigar, en tanto que los otros se referían al conocimiento, o conjunto de resultados de este proceso. Obviamente, ambos son compatibles entre sí: el individuo conoce, y la sociedad posee un fondo de conocimientos. A su vez, el investigador no parte de cero, sino del fondo de conocimientos acumulados, y aspira a enriquecerlo.
El debate en cuestión fue generado en parte por un malentendido, pero también hubo un desacuerdo real. Éste fue el dilema internalismo-externalismo, plaga de la psicología y la sociología.

Los internalistas sostienen que todo conocimiento sale de la cabeza y los externalistas, que el conocimiento entra en ella. Los primeros apuestan al ingenio, los segundos, al ambiente, y ninguna de las partes acepta que la otra pueda tener algo de razón. En particular, los psicólogos cognitivos creen poder ignorar el contexto social del aprendizaje, y los sociólogos del conocimiento de nuevo cuño afirman que todas las ideas son construcciones sociales. Esto justifica terciar en esta vieja disputa.
Conocer es un proceso mental que ocurre en un cerebro. Por lo tanto, es personal. Pero lo que se conoce no es necesariamente privado, como lo son el placer o el dolor, que son intransferibles. A diferencia de éstos, el conocimiento puede ser comunicado. Más aún, nada se logra conocer sin saber algo de lo que antes averiguaron otros: el conocimiento es objeto de la historia, mientras que el conocer lo es de la biografía. Y tanto el aprendizaje de una disciplina como su ejercicio ocurren en un contexto social, tal como una escuela, un laboratorio, un taller, un club o un café.
Por ejemplo, el lector que se proponga aprender X empezará por averiguar qué “se sabe” sobre X, o sea, qué parte del conocimiento de X pertenece al dominio público. Es decir, revisará el fondo de conocimientos al que pertenece X: consultará libros, revistas, sitios web o expertos en X. Desdeñará así el consejo de ciertos filósofos, de Francis Bacon a Edmund Husserl, de hacer de cuenta que nada sabe, de empezarlo todo desde la raíz y por cuenta propia.
En el terreno del conocimiento no se puede hacer borrón y cuenta nueva. En efecto, imagine el lector pretender iniciar una investigación cualquiera, ya trivial como buscar el número telefónico de una persona, ya científica como averiguar cuáles son los centros del cerebro que sienten placer musical, sin disponer de la menor clave.
El propio planteo de un problema nuevo se hace usando ideas ya sabidas. Por ejemplo, si se quiere averiguar de qué vivían los primeros americanos, se empieza por suponer que los hubo y que, por ser humanos, tenían necesidades parecidas a las nuestras. También se recurrirá a métodos conocidos, tales como los que se usan para fechar un artefacto o para determinar una secuencia de ADN.
En resumen, el conocer es personal pero el conocimiento es social. De modo, pues, que hay que combinar el internalismo con el externalismo.


Extraído del libro “100 ideas” de Mario Bunge

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