La visión popular y periodística de los actuales desplazamientos de población desde países menos desarrollados a ciudades del mundo avanzado es que éstos ocurren como escape al hambre y la necesidad, como un éxodo en busca de oportunidades. Hay mucha verdad en tal análisis porque, como arriba señalo, los migrantes siempre se han trasladado hacia la metrópolis en pos de la libertad y del progreso económico. Sin embargo, por lo menos en el mundo moderno, la historia es aún más complicada. Si los orígenes de la migración contemporánea estuvieran exclusivamente arraigados en la necesidad desesperada, el flujo debería originarse en las regiones y países más pobres y dirigirse hacia las áreas de mayor riqueza de las naciones desarrolladas, pero no sucede así. Un vistazo rápido a la evidencia empírica revela que los países africanos y asiáticos más pobres —como Sierra Leona, Burkina Faso, Myanmar o Indonesia— no están bien representados entre las principales fuentes de migrantes internacionales hacia Estados Unidos; de manera semejante, países latinoamericanos pobres, como Bolivia, Honduras o Paraguay, envían un número insignificante de migrantes a Francia, Alemania y el Reino Unido (Massey et al., 1998; Portes y Rumbaut, 1996; U.S. Immigration and Naturalization Service, 1998, y Weil, 1999).
En cambio, las principales fuentes de inmigración contemporánea hacia Estados Unidos se originan en México, Filipinas, Cuba, Taiwán y Vietnam. Los principales contribuyentes de flujos de migración hacia Francia son Argelia, Marruecos, Túnez y, en menor grado, los países de la África francófona. La India, Pakistán y las Indias Occidentales Británicas estan bien representadas en las colonias de inmigrantes de Londres y Manchester, y Turquía tiene el lugar de honor entre las principales fuentes de población extranjera de Alemania. En cada caso, estos desplazamientos reflejan una historia de anteriores relaciones económicas y políticas entre naciones expulsoras y receptoras. Algunas veces estas relaciones están marcadas por la proximidad física, pero más comúnmente se originan en intervenciones y ocupaciones coloniales o semicoloniales de los países más débiles (expulsores) por los más fuertes (receptores) (Portes, 1981; Sassen, 1988; Bade, 1995, y Seifert, 1998).
En el caso norteamericano, Cuba y las Filipinas estuvieron ocupadas durante largos periodos por fuerzas militares de Estados Unidos como consecuencia de la guerra entre España y ese país; México perdió la mitad de su territorio ante el ejército estadunidense y sufrió la ocupación de su capital; Taiwán surgió y sobrevivió como país independiente gracias a la protección estadunidense, y Vietnam fue blanco de una prolongada intervención militar por ese país para evitar una ocupación comunista. Los lazos coloniales a largo plazo definen los orígenes de las principales corrientes migratorias hacia Francia y Gran Bretaña. Turquía nunca fue una colonia alemana, pero aun en este caso hay una historia de relaciones clientelistas y de colaboración geopolítica que datan por lo menos de la Primera Guerra Mundial. Estas relaciones históricas establecieron firmes lazos políticos y económicos entre las naciones y transformaron parcial o totalmente el orden social de la colonia o país dependiente, familiarizando a grandes sectores de su población con el idioma, cultura y oportunidades económicas de la nación más fuerte (Massey et al., 1998, y Portes, 1990).
Así, los principales flujos de migración contemporáneos no siguen una lógica económica absoluta, sino que están normados por lazos históricos de hegemonía y por el desequilibrio estructural de sociedades periféricas sujetas a la influencia de naciones más poderosas. Esta influencia se manifiesta hoy en fenómenos novedosos, tales como la difusión masiva del estilo de vida y modos de consumo de Norteamérica y Europa occidental en países menos desarrollados. Sus poblaciones son atraídas por relucientes promesas de prosperidad, mientras que carecen de los medios para obtener acceso a ellas en sus propias sociedades (Alba, 1978; Sassen, 1988, y Grasmuck y Pessar, 1991). Estas nuevas formas de desequilibrio cultural de las sociedades más débiles, desde luego, han incrementado y diversificado las fuentes de migración internacional más allá de las áreas de influencia colonial o semicolonial originales.
Eventualmente, las relaciones de colonialismo y dependencia entre naciones siguen un modelo clientelista en el que el poder dominante no sólo encuentra más fácil contratar trabajadores dentro de su esfera de influencia, sino que también adquiere ciertas obligaciones hacia las poblaciones dependientes. Es por eso que cuando acontecen desastres políticos o económicos en un área geopolítica particular, el flujo subsecuente de refugiados normalmente se dirige y es aceptado por el Estado-nación hegemónico. Por ejemplo, el fin del coloniaje argelino activó corrientes diversificadas de refugiados hacia Francia; el triunfo comunista en Cuba causó un fenómeno semejante hacia el sur de la Florida, y su derrota en el sur de Vietnam obligó al gobierno estadunidense a recibir a sus vencidos aliados del sudeste asiático (Zolberg y Suhrke, 1986; Eckstein, 1994; Rumbaut, 1990, y Bach y Gordon, 1984). Incluso, el pequeño Portugal ha sido obligado a enfrentarse con las incómodas consecuencias de las guerras civiles en su antiguo imperio colonial (Sole, 1995).
Estos acontecimientos históricos estructuraron los desplazamientos demográficos contemporáneos, pero no los explican completamente. Dentro de los mismos países expulsores, algunas comunidades producen grandes cantidades de migrantes y otras apenas si son afectadas por el proceso. En las clases trabajadora y media baja, algunas familias optan por desarraigarse en busca de mejores oportunidades en el extranjero, mientras que otras se quedan en sus lugares de origen. Una vez más, las decisiones individuales no se toman aisladamente sino que están insertas en un contexto social que hace viables y concebibles algunas opciones y no otras. Entre las fuerzas que moldean este contexto inmediato de la migración externa, dos son especialmente importantes:
Primero, la contratación deliberada de trabajadores representa un mecanismo importante para activar tendencias establecidas por pasadas relaciones de colonialismo y semicolonialismo. El reclutamiento deliberado de mano de obra ha conducido a migraciones transcontinentales, por lo menos, desde principios del siglo XIX, y continúa hasta el momento de diversa manera (Piore, 1979, y Portes y Bach, 1985).
El reclutamiento de trabajadores ha moldeado los orígenes y destinos de muchos flujos migratorios y les ha dado suficiente impulso para hacerlos autosustentables. El reclutamiento inició los flujos transatlánticos desde Irlanda, seguida por Italia en el siglo XIX, y fue el motivo de la migración campesina proveniente del interior de México hacia el medio oeste y suroestecde Estados Unidos. Muchas compañías enviaron agentes pagados cuyoobjetivo fue informar a grupos “preparados” por anteriores procesos históricos de penetración y desequilibrio estructural acerca de las nuevas oportunidades disponibles en Estados Unidos. Las acciones de estos reclutadores determinaron cuáles comunidades emisoras encabezarían el flujo y cuáles se quedarían atrás; también establecieron la dirección del movimiento, arreglando de antemano su destino (Piore, 1979; Lebergott, 1964, y Barrera, 1980). Aún en nuestros días, pequeñas comunidades puertorriqueñas pueblan las ciudades desindustrializadas de Pensilvania, Ohio e Illinois. Tales fueron los puntos de arribo original de los flujos de trabajadores agrícolas contratados para laborar en la industria pesada en periodos anteriores. Incluso, hay una comunidad puertorriqueña en Hawai, la cual es el resultado del esfuerzo de un propietario de plantación del siglo XIX al enfrentar la escasez de mano de obra en la industria azucarera (Portes y Grosfoguel, 1994).
Podría agregar más ejemplos, pero llevarían a la misma conclusión. El reclutamiento de trabajadores no es ciertamente el único factor que determina movimientos de población internacionales, pero ha sido significativa al formar lo que pueden llamarse las “microestructuras” de la migración; esto es, los esquemas perceptuales que hacen dicho traslado viable para algunos individuos y familias, pero no para otros.
Segundo, una vez iniciados, los flujos inmigrantes fácilmente se autoperpetúan a causa del funcionamiento de otro par de fuerzas: a) los desequilibrios sociales y económicos entre sociedades fuertes y débiles y b) el fortalecimiento de las redes sociales. La primera fuerza apoya el deseo potencial de marcharse de amplios segmentos de la población del país expulsor; la segunda activa ese potencial de manera continua. La migración internacional es, sobre todo, un mecanismo constructor de redes. Una vez iniciada por el reclutamiento de trabajadores u otros fenómenos activadores, el movimiento crea una red de lazos sociales a larga distancia. El crecimiento de tales lazos hace que la decisión para trasladarse sea cada vez menos costosa, ya que reduce la incertidumbre y los peligros del viaje para los migrantes más recientes.
La relación entre redes sociales y migración ha sido un leitmotif de las literaturas histórica y sociológica acerca del tema: desde el estudio de los lazos sociales entre migrantes portugueses que se dirigían a Toronto (Anderson, 1974) hasta los modelos contemporáneos de la migración mediada por redes de comunidades rurales mexicanas construidos por Massey (1987) y sus colegas. Tilly (1990) ha llegado a declarar que “las unidades reales de migración no fueron (y no son) ni individuos ni familias, sino grupos de personas unidas por parentesco y por experiencia de trabajo” (p. 84). La aportación práctica fundamental de las redes sociales no sólo es que bajan los costos de la migración, sino que pueden sostener el proceso, incluso cuando los incentivos originales desaparecen o son debilitados en gran medida. Una vez que las redes transnacionales están establecidas, las personas empiezan a trasladarse por una variedad de razones muy diferentes a las de aquellos que iniciaron la salida: para reunirse con la familia, para atender a enfermos, para obtener educación, o incluso porque se vuelve “la conducta de moda” entre jóvenes de ambos sexos en comunidades expulsoras (Massey y García España, 1987).
Este prolongado excursus sobre los orígenes de los flujos inmigrantes contemporáneos tiene la intención de mostrar que tales movimientos no representan una “invasión silenciosa” de masas empobrecidas provenientes de los países menos desarrollados, sino que han sido iniciados y puestos en curso por gobiernos y actores económicos poderosos de los propios países receptores. En gran parte, las migraciones contemporáneas de trabajadores y refugiados representan la contrapartida lógica de las expediciones de colonización europeas y posteriormente norteamericanas que subordinaron a grandes sectores del planeta en el contexto de la economía mundial capitalista. El conocimiento de estos determinantes y de las fuerzas que sostienen a la migración puede ayudar a elaborar una propuesta más inteligente para su asentamiento en las ciudades de países avanzados. Con redes sólidamente establecidas entre naciones, las medidas hostiles y restrictivas contra la población inmigrante no sólo son inútiles sino, con frecuencia, también contraproducentes. Los resultados de políticas que buscan deshacerse de la población inmigrante, pueden retardar su proceso de incorporación, fragmentar socialmente a las ciudades receptoras y promover el crecimiento de una subclase urbana.
En cambio, las principales fuentes de inmigración contemporánea hacia Estados Unidos se originan en México, Filipinas, Cuba, Taiwán y Vietnam. Los principales contribuyentes de flujos de migración hacia Francia son Argelia, Marruecos, Túnez y, en menor grado, los países de la África francófona. La India, Pakistán y las Indias Occidentales Británicas estan bien representadas en las colonias de inmigrantes de Londres y Manchester, y Turquía tiene el lugar de honor entre las principales fuentes de población extranjera de Alemania. En cada caso, estos desplazamientos reflejan una historia de anteriores relaciones económicas y políticas entre naciones expulsoras y receptoras. Algunas veces estas relaciones están marcadas por la proximidad física, pero más comúnmente se originan en intervenciones y ocupaciones coloniales o semicoloniales de los países más débiles (expulsores) por los más fuertes (receptores) (Portes, 1981; Sassen, 1988; Bade, 1995, y Seifert, 1998).
En el caso norteamericano, Cuba y las Filipinas estuvieron ocupadas durante largos periodos por fuerzas militares de Estados Unidos como consecuencia de la guerra entre España y ese país; México perdió la mitad de su territorio ante el ejército estadunidense y sufrió la ocupación de su capital; Taiwán surgió y sobrevivió como país independiente gracias a la protección estadunidense, y Vietnam fue blanco de una prolongada intervención militar por ese país para evitar una ocupación comunista. Los lazos coloniales a largo plazo definen los orígenes de las principales corrientes migratorias hacia Francia y Gran Bretaña. Turquía nunca fue una colonia alemana, pero aun en este caso hay una historia de relaciones clientelistas y de colaboración geopolítica que datan por lo menos de la Primera Guerra Mundial. Estas relaciones históricas establecieron firmes lazos políticos y económicos entre las naciones y transformaron parcial o totalmente el orden social de la colonia o país dependiente, familiarizando a grandes sectores de su población con el idioma, cultura y oportunidades económicas de la nación más fuerte (Massey et al., 1998, y Portes, 1990).
Así, los principales flujos de migración contemporáneos no siguen una lógica económica absoluta, sino que están normados por lazos históricos de hegemonía y por el desequilibrio estructural de sociedades periféricas sujetas a la influencia de naciones más poderosas. Esta influencia se manifiesta hoy en fenómenos novedosos, tales como la difusión masiva del estilo de vida y modos de consumo de Norteamérica y Europa occidental en países menos desarrollados. Sus poblaciones son atraídas por relucientes promesas de prosperidad, mientras que carecen de los medios para obtener acceso a ellas en sus propias sociedades (Alba, 1978; Sassen, 1988, y Grasmuck y Pessar, 1991). Estas nuevas formas de desequilibrio cultural de las sociedades más débiles, desde luego, han incrementado y diversificado las fuentes de migración internacional más allá de las áreas de influencia colonial o semicolonial originales.
Eventualmente, las relaciones de colonialismo y dependencia entre naciones siguen un modelo clientelista en el que el poder dominante no sólo encuentra más fácil contratar trabajadores dentro de su esfera de influencia, sino que también adquiere ciertas obligaciones hacia las poblaciones dependientes. Es por eso que cuando acontecen desastres políticos o económicos en un área geopolítica particular, el flujo subsecuente de refugiados normalmente se dirige y es aceptado por el Estado-nación hegemónico. Por ejemplo, el fin del coloniaje argelino activó corrientes diversificadas de refugiados hacia Francia; el triunfo comunista en Cuba causó un fenómeno semejante hacia el sur de la Florida, y su derrota en el sur de Vietnam obligó al gobierno estadunidense a recibir a sus vencidos aliados del sudeste asiático (Zolberg y Suhrke, 1986; Eckstein, 1994; Rumbaut, 1990, y Bach y Gordon, 1984). Incluso, el pequeño Portugal ha sido obligado a enfrentarse con las incómodas consecuencias de las guerras civiles en su antiguo imperio colonial (Sole, 1995).
Estos acontecimientos históricos estructuraron los desplazamientos demográficos contemporáneos, pero no los explican completamente. Dentro de los mismos países expulsores, algunas comunidades producen grandes cantidades de migrantes y otras apenas si son afectadas por el proceso. En las clases trabajadora y media baja, algunas familias optan por desarraigarse en busca de mejores oportunidades en el extranjero, mientras que otras se quedan en sus lugares de origen. Una vez más, las decisiones individuales no se toman aisladamente sino que están insertas en un contexto social que hace viables y concebibles algunas opciones y no otras. Entre las fuerzas que moldean este contexto inmediato de la migración externa, dos son especialmente importantes:
Primero, la contratación deliberada de trabajadores representa un mecanismo importante para activar tendencias establecidas por pasadas relaciones de colonialismo y semicolonialismo. El reclutamiento deliberado de mano de obra ha conducido a migraciones transcontinentales, por lo menos, desde principios del siglo XIX, y continúa hasta el momento de diversa manera (Piore, 1979, y Portes y Bach, 1985).
El reclutamiento de trabajadores ha moldeado los orígenes y destinos de muchos flujos migratorios y les ha dado suficiente impulso para hacerlos autosustentables. El reclutamiento inició los flujos transatlánticos desde Irlanda, seguida por Italia en el siglo XIX, y fue el motivo de la migración campesina proveniente del interior de México hacia el medio oeste y suroestecde Estados Unidos. Muchas compañías enviaron agentes pagados cuyoobjetivo fue informar a grupos “preparados” por anteriores procesos históricos de penetración y desequilibrio estructural acerca de las nuevas oportunidades disponibles en Estados Unidos. Las acciones de estos reclutadores determinaron cuáles comunidades emisoras encabezarían el flujo y cuáles se quedarían atrás; también establecieron la dirección del movimiento, arreglando de antemano su destino (Piore, 1979; Lebergott, 1964, y Barrera, 1980). Aún en nuestros días, pequeñas comunidades puertorriqueñas pueblan las ciudades desindustrializadas de Pensilvania, Ohio e Illinois. Tales fueron los puntos de arribo original de los flujos de trabajadores agrícolas contratados para laborar en la industria pesada en periodos anteriores. Incluso, hay una comunidad puertorriqueña en Hawai, la cual es el resultado del esfuerzo de un propietario de plantación del siglo XIX al enfrentar la escasez de mano de obra en la industria azucarera (Portes y Grosfoguel, 1994).
Podría agregar más ejemplos, pero llevarían a la misma conclusión. El reclutamiento de trabajadores no es ciertamente el único factor que determina movimientos de población internacionales, pero ha sido significativa al formar lo que pueden llamarse las “microestructuras” de la migración; esto es, los esquemas perceptuales que hacen dicho traslado viable para algunos individuos y familias, pero no para otros.
Segundo, una vez iniciados, los flujos inmigrantes fácilmente se autoperpetúan a causa del funcionamiento de otro par de fuerzas: a) los desequilibrios sociales y económicos entre sociedades fuertes y débiles y b) el fortalecimiento de las redes sociales. La primera fuerza apoya el deseo potencial de marcharse de amplios segmentos de la población del país expulsor; la segunda activa ese potencial de manera continua. La migración internacional es, sobre todo, un mecanismo constructor de redes. Una vez iniciada por el reclutamiento de trabajadores u otros fenómenos activadores, el movimiento crea una red de lazos sociales a larga distancia. El crecimiento de tales lazos hace que la decisión para trasladarse sea cada vez menos costosa, ya que reduce la incertidumbre y los peligros del viaje para los migrantes más recientes.
La relación entre redes sociales y migración ha sido un leitmotif de las literaturas histórica y sociológica acerca del tema: desde el estudio de los lazos sociales entre migrantes portugueses que se dirigían a Toronto (Anderson, 1974) hasta los modelos contemporáneos de la migración mediada por redes de comunidades rurales mexicanas construidos por Massey (1987) y sus colegas. Tilly (1990) ha llegado a declarar que “las unidades reales de migración no fueron (y no son) ni individuos ni familias, sino grupos de personas unidas por parentesco y por experiencia de trabajo” (p. 84). La aportación práctica fundamental de las redes sociales no sólo es que bajan los costos de la migración, sino que pueden sostener el proceso, incluso cuando los incentivos originales desaparecen o son debilitados en gran medida. Una vez que las redes transnacionales están establecidas, las personas empiezan a trasladarse por una variedad de razones muy diferentes a las de aquellos que iniciaron la salida: para reunirse con la familia, para atender a enfermos, para obtener educación, o incluso porque se vuelve “la conducta de moda” entre jóvenes de ambos sexos en comunidades expulsoras (Massey y García España, 1987).
Este prolongado excursus sobre los orígenes de los flujos inmigrantes contemporáneos tiene la intención de mostrar que tales movimientos no representan una “invasión silenciosa” de masas empobrecidas provenientes de los países menos desarrollados, sino que han sido iniciados y puestos en curso por gobiernos y actores económicos poderosos de los propios países receptores. En gran parte, las migraciones contemporáneas de trabajadores y refugiados representan la contrapartida lógica de las expediciones de colonización europeas y posteriormente norteamericanas que subordinaron a grandes sectores del planeta en el contexto de la economía mundial capitalista. El conocimiento de estos determinantes y de las fuerzas que sostienen a la migración puede ayudar a elaborar una propuesta más inteligente para su asentamiento en las ciudades de países avanzados. Con redes sólidamente establecidas entre naciones, las medidas hostiles y restrictivas contra la población inmigrante no sólo son inútiles sino, con frecuencia, también contraproducentes. Los resultados de políticas que buscan deshacerse de la población inmigrante, pueden retardar su proceso de incorporación, fragmentar socialmente a las ciudades receptoras y promover el crecimiento de una subclase urbana.
Extraído de "Inmigración y metrópolis:
Reflexiones acerca de la historia urbana" de Alejandro Portes