miércoles, 12 de diciembre de 2018

Las ciudades en el sistema global, por Alejandro Portes

Hay una última manera de definir la relación entre la urbanización y la inmigración actuales. En su bien conocido libro, Sassen (1991) identifica a las ciudades globales como aquellas que se han vuelto nódulos centrales para la coordinación y administración de la economía capitalista mundial. Reconoce a Nueva York, Londres y Tokio como tales. En un artículo subsecuente, Sassen y Portes (1993) extendieron este análisis a ciudades más pequeñas como Miami, que realizan funciones similares de orden y control a escala regional. Éstas se pueden considerar como “ciudades globales de segundo rango”. Siguiendo la misma lógica, Friedmann (1986) desarrolló una clasificación de ciudades de acuerdo con su posición en círculos mundiales de finanzas y comercio (Friedmann y Goetz, 1982).
Todos estos análisis comparten una perspectiva común respecto a las ciudades, como entidades definidas por flujos de capital, información y tecnología que juegan un papel importante en espacios supranacionales. Así, las ciudades globales adquieren una doble identidad: como unidades políticas subordinadas bajo particulares Estados-nación y, simultáneamente, como centros de mando y organización de una compleja economía mundial de la que depende considerablemente el futuro de esos mismos Estados nacionales. Cuanto más estas funciones de coordinación se concentran en una ciudad particular, mejor ubicada está en el nuevo espacio transnacional del capitalismo global y mayor es su distancia de la definición tradicional de la ciudad industrial.
Las ciudades que se han movido en esta dirección están caracterizadas por un nuevo ambiente cosmopolita, marcado, entre otras cosas, por una abundante presencia de extranjeros. Existe una fuerte correlación entre las funciones coordinadoras globales agrupadas en una región metropolitana y el tamaño de los flujos de inmigrantes dirigidos hacia ella. En Estados Unidos, Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Miami, San Francisco y Houston —ciudades con una presencia importante de bancos internacionales, sedes corporativas multinacionales e industrias de alta tecnología— también son destinos preferidos por los inmigrantes (Sassen, 1995). Las razones de por qué los extranjeros vienen a estas ciudades han sido analizadas en detalle por varios investigadores en términos del surgimiento de nuevas necesidades de mano de obra en las economías metropolitanas. Sin embargo, deseo llamar la atención sobre otra razón más amplia.
El nuevo espacio transnacional, del cual las ciudades globales son nódulos, es creado por flujos sostenidos de capital, tecnología, información y, además, personas. Los mismos avances tecnológicos que permiten transacciones financieras instantáneas, la difusión global de información y el fácil transporte internacional han alcanzado a individuos y familias de todo el mundo. Éstos se han hecho conscientes de los estándares de vida y de las oportunidades económicas en el extranjero y también de los medios para llegar allá. Por lo tanto, al transnacionalismo desde arriba, hecho posible por las revoluciones en la comunicación y el transporte, y guiado por grandes actores financieros y corporativos, le corresponde un transnacionalismo desde abajo, creado por gente común y corriente que busca mejorar su situación (Smith y Guarnizo, 1998; Friedmann, 1986; Sassen, 1991, y Portes, 1999).
Es lógico que los nódulos espaciales ubicados en las encrucijadas de los flujos financieros y tecnológicos que constituyen la economía global también sean los principales blancos de la contraparte humana del mismo proceso. La globalización tiene cara y contracara, y progresivamente se vuelve imposible tener una sin la otra. Las ciudades que buscan su lugar en el nuevo orden económico internacional también deben estar preparadas para enfrentar cambios dramáticos en la composición de sus poblaciones. Vistas desde esta perspectiva, las áreas metropolitanas transformadas por la inmigración no son simplemente las desafortunadas víctimas de las decisiones tomadas por gobiernos nacionales. Representan, más bien, actores clave en un proceso más amplio que trasciende fronteras nacionales y que está ligando pueblos en todo el mundo. Así, los gobiernos nacionales, que suponen ser los únicos actores en el sistema global y detentar poder universal sobre él, cometen un grave error. Su alcance y su autoridad son de manera creciente condicionadas por las áreas transnacionales creadas a través de la lógica del capital, la difusión de tecnología y las estrategias de adaptación de las poblaciones afectadas. 
 
Extraído de "Inmigración y metrópolis:  Reflexiones acerca de la historia urbana" de Alejandro Portes

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