El relacionamiento y la consiguiente identificación entre el ámbito empresarial y el ámbito político no son coincidencia o cuestión de acciones deshonestas por parte de unos y otros, es una cuestión más profunda respecto a las necesidades sistémicas que el capitalismo les impone a los actores.
Así, al comienzo el pequeño empresario, no verá las relaciones de poder político más que como cualquier ciudadano de a pie, que de vez en cuando se ve afectado por las decisiones o los vaivenes de las decisiones de las autoridades de turno. De hecho, muchos de ellos que aún son pequeños (los emprendedores) son en cierta forma como el capitalista aventurero, que se lanza a la aventura de empezar un negocio arriesgando todo su capital o prestándose sobre lo que no tiene. Pero esta es una característica de los empresarios pequeños, que se va perdiendo a medida que crecen los activos monetarios de la empresa y esta se jerarquiza más, de modo que llegado a cierto punto se vuelven adversos al riesgo que entran en pánico por cualquier cosa.
Así pues a medida que su posición económica va ascendiendo, es inevitable que empiece a ser más ‘sensible’ a los efectos de las decisiones políticas. El empresariado grande es una clase totalmente adversa al riesgo, son los que más se quejan (de una manera muy sutil a través de sus voceros), son una clase cobarde que ante cualquier cambio político, ni siquiera un cambio, sino la noticia de que podría haber un cambio, entran en pánico, tiemblan de miedo y amenazan con retirar sus capitales o hacer algo a través del sistema financiero para que afecte al gobierno y así presionarlo.
Pero esta sensibilidad se complementa con una gran capacidad de acción, con la que pueden influenciar las decisiones políticas, ya sea a la manera ‘legal’ mediante lobbies, a la manera ‘ilegal’ mediante sobornos y favores, o a la manera ‘oscura’ mediante la presión ejercida a los poderes de turno. Esta es una colusión necesaria entre el empresariado y el Estado (ya sea el Estado de donde proviene la empresa o el Estado donde operará o ambos a la vez).
Pero, ¿por qué un empresario (o gerente) que tiene en sus manos grandes acciones y poder económico se envolvería en asegurarse el apoyo del Estado (legal o ilegalmente)? Por dos razones, primero porque es una forma de asegurar sus ganancias y reducir el riesgo de su inversión, que al ser gigantesca (me estoy refiriendo a aquellas inversiones de cientos o miles de millones) significa una gran pérdida, especialmente si ella involucra que el inversor haya tomado créditos. Segundo porque se niega a hacerlo, vendrá otro competidor con más actitud política y cambiará las decisiones a su favor, echando a perder de esa manera su millonaria inversión. Por lo que esta es una condición indispensable de la actividad económica, aunque el empresario no esté interesado en ser político o detentar algún cargo. De esta manera se comprueba una relación positiva entre la magnitud del dinero manejado por una empresa y las necesidades de acción política que requiere.
Esto es lo más racional que puede hacer cualquier empresa grande, y por ello los congresistas y funcionarios a diversos niveles del Estado son de una manera u otra, lobistas o potenciales lobistas de alguna empresa nacional o extranjera. Y si estos funcionarios salieron de la empresa (para trabajar en el Estado, pues mejor, así ya se tiene asegurada su fidelidad. De esta manera se evita que al presidente o gobernante de turno se le dé por hacer políticas económicas populistas que quieran darle al pueblo en contraposición a los intereses empresariales, perjudicando a la empresa, y tal vez llevándola a la quiebra.
En conclusión, el discurso tecnócrata que separa las decisiones políticas de las decisiones económicas es errado, puesto que incluso las decisiones económicas que manejan los más grandes capitales y requieren de personal altamente calificado, requieren para funcionar de agentes inmersos en la arena política que luchen por asegurar las ganancias de sus representados.
Addenda
1) Dos posibles críticas:
Primera, hay quien dice que esa colusión con los poderes políticos perjudica al empresario, pues este puede ser chantajeado por los políticos. No hay nada más falso que eso puesto que en el sistema capitalista el poder económico es más fuerte que el político. El empresario solo tiene que darle una ‘propinita’ para movilizar al político. De hecho, la ventaja de un sistema democrático, es que si un político no le sirvió bien a un lobbie, pueden dejar de darle su apoyo a la siguiente elección y lanzar a otro más eficiente, así que es muy difícil que un político pueda volverse un extorsionador de los empresarios.
Segunda, hay quien dice que eso es falso pues se hace más dinero en el ámbito empresarial que en el político. También es falso, puesto que en el tipo de colusión que defino y que existe en la realidad diaria, el empresario que se colude con los políticos no deja de ser empresario para dedicarse a la política, por el contrario la política es solo una actividad adjunta a la actividad empresarial, una actividad que los gerentes delegan en los lobistas por obligación del sistema de la competencia capitalista para así, en vez de malgastar su dinero, asegurarse ganancias en base a la pequeña inversión que significa la ‘propina’ que se le da al lobista.
2) A diferencia de la relación original que siempre es cierta, pues es necesaria (y su incumplimiento actúa contra la empresa que la incumple), la inversa no lo es. Es decir que “hacer política = hacer dinero” es una relación posible, muy probable, pero no necesaria.
Y es que la política, a diferencia de la economía, es un ámbito social más voluntarista. La economía (cuando hablamos de negocios tan grandes) es un ámbito social rígido, con reglas claras que se pueden de vez en cuando transgredir o modificar, pero en límites muy estrechos. Sin embargo la política es más flexible. Es cierto que muchos (la gran mayoría) de los políticos en el Estado sirven a intereses particulares empresariales, pero esa ni es una condición obligatoria para estar metido en el ámbito estatal, ni ese ámbito estatal es todo el ámbito político. Recordemos que también hay política fuera del Estado, y aunque esta puede ser usada por el ámbito económico, es más difícil de coartar. También existen políticos que entran al ámbito estatal para tratar de hacer algo por su país, aunque tengan que luchar contracorriente y muchas veces arruinar su carrera política por ello.
Así, aunque sean una minoría, y constituyan una objeción a la regla, la existencia de políticos no coludidos con los poderes empresariales basta para que la relación “hacer política = hacer dinero” no sea una relación necesaria sistémicamente, en el sentido de que también se puede optar lo contrario aunque se trate de la minoría de los casos.