domingo, 5 de junio de 2016

Entrevista a Eric Hobsbawm - 1992

En el año 1992, el sociólogo peruano Aldo Panfichi entrevistó a Eric Hobsbawm, y de esa entrevista extraigo los siguientes puntos que me parecen muy aclaradores sobre el mundo actual.

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Panfichi: Con el derrumbe del comunismo, ¿es el capitalismo la única alternativa en el mundo?
Hobsbawm: No creo que el capitalismo constituya una alternativa, ya que ha demostrado repetidas veces que no puede resolver los problemas principales del mundo. Por ejemplo, con el desarrollo del capitalismo la brecha entre los países industrializados y el llamado Tercer Mundo ha crecido dramáticamente en los últimos cuarenta años. Los países pobres son mucho más pobres hoy de lo que eran antes. Este es un problema gravísimo al cual el capitalismo no ofrece ninguna solución.
Lo mismo sucede con la ecología. Por primera vez en la historia de la humanidad existe la posibilidad real de que el desarrollo de las fuerzas productivas convierta el mundo en un lugar imposible de habitar. Los grandes capitalistas dicen que éste es un problema técnicamente controlable. Sin embargo, no debemos olvidar que la función central del capitalismo es la búsqueda insaciable de ganancias. No creo que se pueda atacar el problema ecológico sin interferir de una u otra manera con el funcionamiento normal del capitalismo. Dadas estas limitaciones, no sería raro que pronto aparecieran análisis y programas políticos que tuvieran el objetivo de crear nuevas alternativas al capitalismo actual.

Panfichi: Estamos casi al borde del siglo XXI, y sin pedirle entrar al terreno de la futurología quisiera preguntarle cuáles cree usted que son los problemas más importantes que la humanidad deberá enfrentar el próximo siglo.
Hobsbawm: Bueno, el problema inicial es de naturaleza política. El final de un período de cierta estabilidad internacional basada en el equilibrio de las superpotencias va a generar una situación de inestabilidad e incertidumbre política en toda una región que va desde Europa central hasta el océano Pacífico. Nadie, absolutamente nadie, sabe lo que va a suceder; ni siquiera los que viven ahí.
Este es el resultado más dramático del derrumbe de la Unión Soviética. No existirá un orden internacional que pueda controlar este explosivo proceso. El único gran poder que continúa existiendo, los Estados Unidos, no está en condiciones de controlar por sí solo esta situación. Quizá al principio quiera jugar el papel de policía del mundo, porque así muestra su poderío, pero, por razones económicas y políticas, este rol es imposible de mantener por mucho tiempo.
En resumen, creo que ingresaremos al siglo XXI viviendo un período de inestabilidad política, quizá con guerras locales o guerras regionales por diversas partes del mundo, pero sobre todo, al menos para quienes vivimos en Europa, con una gran incertidumbre sobre nuestro futuro.
Panfichi: Y en términos económicos, ¿cómo ve el siglo XXI?
Hobsbawm: Depende de la naturaleza de la recuperación económica del capitalismo. Tengo la impresión de que en el mediano plazo es poco probable que retornemos a un período de extraordinaria prosperidad, tal como sucedió entre 1948 y 1973. Se necesitarán tiempo y recursos para reorganizar la economía y la sociedad de los países que siguieron el modelo comunista. Además, el éxito económico de esta operación no está asegurado.
Durante años el mundo capitalista ha asumido que la demanda por bienes es una demanda en crecimiento anual. Lo mismo con los salarios y las ganancias. Si observamos la economía de los Estados Unidos nos daremos cuenta de que en los últimos diez años los salarios se han estancado, e incluso en algunos lugares han bajado. Asimismo, la producción no ha recibido el estímulo que en términos de demanda se esperaba.
Y es que, al igual que en el Tercer Mundo, la creciente desigualdad en la distribución del ingreso nacional ha llevado a un sector significativo de la población casi fuera del mercado, o la ha limitado a gastar lo mínimo necesario. La ausencia de este incremento en la demanda es una de las razones de la actual recesión de la economía norteamericana.
Otro problema crucial será el incremento de la migración de millones de personas del Tercer Mundo hacia los países desarrollados. Este proceso ya está en curso, aunque todavía no a escala significativa. Tengo la impresión de que esta será la más grande migración de todos los tiempos. Y obviamente, en un contexto de crisis económica e inestabilidad política, es fácil prever las consecuencias de esta presión demográfica. Entre las cosas que más me preocupan está el incremento del racismo y la xenofobia como ideología de masas. Tengo aún muy fresca en mi memoria la experiencia del fascismo, y espero que esto nunca más se repita.
Panfichi: Quisiera pasar a otro punto de esta conversación. En una entrevista biográfica realizada por la historiadora inglesa Pat Thane, usted señala que la motivación principal para convertirse en historiador fue su curiosidad por saber cómo se forma “el espíritu de los tiempos”. Revisando su enorme producción intelectual, es indudable que el marxismo tiene un rol central en su entendimiento de los tiempos históricos. Sin embargo, con el derrumbe de las experiencias socialistas también se cuestiona al marxismo como método de análisis. ¿Qué piensa usted de este cuestionamiento?
Hobsbawm: Me parece que tenemos que repensar el marxismo que nosotros conocimos; incluso algunas cosas que el propio Marx escribió. Por ejemplo, las tesis sobre Feuerbach es algo que tenemos que repensar seriamente, y modificar.
Panfichi: ¿En qué sentido repensar el marxismo?
Hobsbawm: El marxismo es una forma de interpretar el mundo que ha probado y continúa probando su extrema utilidad. Revise usted la producción intelectual más importante de las últimas décadas, incluso la escrita por antimarxistas, y encontrará en ella la influencia del marxismo, ya sea en sus categorías de análisis o en su forma de razonar. Sin embargo, los intentos que los marxistas hemos hecho por cambiar el mundo no han sido tan exitosos. Por supuesto que hay razones históricas que explican esto.
Pero la enseñanza más importante es que cambiar el mundo es un asunto mucho más complicado que interpretarlo. Esto no significa que debamos abandonar nuestras esperanzas por un mundo mejor. Todo lo contrario: debemos reconocer nuestros errores y buscar otros caminos. Debemos reconocer que en el pasado, tratando de hacer la revolución, hemos impuesto criterios que al final han producido más daño que soluciones. Pensando en el futuro, tenemos la obligación de ser más humildes con nuestra propia capacidad de cambiar la naturaleza humana y la sociedad. Debemos dejarnos llevar por la realidad, incluso por lo que la gente está preparada para hacer y no solamente por lo que ellos dicen que quieren hacer.
Panfichi: En esta perspectiva, ¿cuál sería el elemento central de este esfuerzo por repensar el marxismo?
Hobsbawm: Para mí, el elemento central es la concepción materialista de la historia. Esta concepción nos permite analizar desde una perspectiva totalizadora los cambios históricos y el modo de operar de los grandes sistemas sociales. También la relación entre lo que nosotros queremos alcanzar en una cambiante sociedad y las condiciones objetivas dentro de las cuales debemos desarrollar nuestros esfuerzos.
Panfichi: Otra tradición importante en el pensamiento marxista es pensar que la revolución violenta, tal como la llevaron a cabo los bolcheviques, es la única manera de lograr cambios sociales, políticos y económicos. ¿El marxismo también tiene que repensar esto?
Hobsbawm: Hay en realidad dos cosas distintas en su pregunta. Una es acerca de la justificación histórica de la Revolución de Octubre. Yo pienso que esto debemos discutirlo nuevamente. En 1917 la mayoría de marxistas pensaba que no existían condiciones reales para una revolución socialista en Rusia. No eran sólo Rosa Luxemburgo o los socialdemócratas alemanes quienes pensaban de esta manera, sino la mayoría de marxistas. Así que la revolución no fue la única opción presente durante esos días.
La pregunta que debemos hacernos es por qué los bolcheviques tomaron este camino. Yo creo que ellos pensaron que la revolución rusa desencadenaría los ímpetus y los deseos por otras revoluciones en Europa, de manera especial en Alemania. Los bolcheviques creían que con esto las perspectivas de sobrevivencia para la revolución rusa serían mayores. Sin embargo, no sucedió así. Es equivocado especular sobre hechos históricos ya realizados. Pero mirando hacia atrás es legítimo que nos preguntemos cuán indispensables son las revoluciones en relación con otras formas de cambio social. No creo que exista una respuesta única y rotunda. Los cambios sociales toman una gran variedad de formas, y una de ellas es la revolución. Definitivamente no se puede decir que existe un solo camino para alcanzar cambios sociales y políticos.
Panfichi: En su libro sobre nacionalismo, usted señala que la idea moderna de nación es un concepto históricamente joven—siglo XVIII—y con una connotación dual. De un lado es una construcción de ingeniería social elaborada por las elites en busca de una identidad común. Pero, al mismo tiempo esta construcción no puede ser sostenida social ni políticamente si no se toma en cuenta las necesidades y aspiraciones de la gente común. Con estas premisas, ¿cómo entender el actual quiebre de varios Estados nacionales en varias partes del mundo y el surgimiento de demandas nacionalistas y conflictos políticos con un fuerte componente étnico?
Hobsbawm: Creo que es el derrumbe de una idea de construcción de nación basada en una homogeneidad étnica y lingüística. Los hechos demuestran que el desarrollo del capitalismo no ha tenido el impacto homogeneizador que se esperaba, y que las formas de identidad locales y étnicas permanecen muy arraigadas. Sin embargo, tengo la impresión de que el racionalismo del siglo XX, esencialmente étnico y lingüístico es particularmente negativo.
Lo paradójico es que reclamando reconocimiento se insiste en los exclusivismos. No se trata de juntar a la gente, sino de enfatizar lo que separa. De excluir de las nuevas naciones a todos aquellos que no pertenecen a una idea muy estrecha de comunidad. Yo creo que esto es un error. Este no fue el ideal de los líderes de los grandes movimientos de liberación nacional como Mandela o Nehru.
Panfichi: ¿Qué relación existe entre estas demandas étnicas y nacionalistas y el incremento del fundamentalismo político y religioso?
Hobsbawm: Me parece que ambas son reacciones al derrumbe de viejas certidumbres, creencias y valores. Básicamente es un rechazo al progreso y una demanda por volver a rígidas prácticas religiosas, ya sean cristianas o islámicas. Lo mismo sucede con los nacionalismos étnicos o lingüísticos.
Esto ocurre en uno de los períodos de mayores transformaciones en la historia de la humanidad. Veamos a América Latina, donde a inicios de los años 50 el pueblo era mayoritariamente campesino. Ahora no existe un solo país donde los campesinos sean, digamos, el 30% de la población. Esta transformación ha sucedido en solo una generación y, obviamente, la extraordinaria rapidez de los cambios ha impactado fuertemente en la vida cotidiana de las personas. En este contexto sería excelente que la gente se convirtiera en socialistas o comunistas, y quizá algún día lo sean. Sin embargo, lo que ellos han escogido es algo que les dé soluciones y certidumbres simples. Eso también sucede en la política. A eso yo lo llamo la política de la identidad.
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