En las ciencias sociales hay un
gran número de problemas sin resolver. En la tarea científica, de repente, por
mor de un descubrimiento determinado, podemos empezar a hacernos nuevas
preguntas que requieren de nuevas estrategias investigadoras. […] Hoy, muchos
biólogos creen que pueden responder a ciertas preguntas sobre la naturaleza
humana, los orígenes de la especie y la naturaleza de la vida que habían sumido
en la perplejidad a la ciencia y a la filosofía desde sus inicios.
El presente texto parte de la
tesis de que algo así ocurre hoy en las ciencias sociales con las aportaciones
de la psicología evolucionaria, la cual ha abierto caminos nuevos, ha
corroborado hipótesis antiguas, ha puesto en la picota otras tradiciones
académicamente muy arraigadas y ha contribuido a poner orden en ciertas
discusiones que estaban en un callejón sin salida metodológico y conceptual.
Muchas preguntas siguen sin respuesta, pero podemos aducir nuevas razones para
sostener o refutar explicaciones que hasta ahora permanecían en el limbo de la
ciencia. Ocurre, sin embargo, que, en ocasiones, hay una cierta renuencia a
aceptar que las respuestas a ciertas preguntas de una disciplina puedan venir
de otros campos.
Las preguntas tradicionales de
las ciencias sociales reflejan la importancia de las elecciones de las
hipótesis sobre las que discurrirá la investigación y sobre los métodos con que
desarrollarla. Primero está la pregunta sobre si la acción humana puede
explicarse del mismo modo en el que las ciencias naturales explican los
fenómenos en su dominio. Las distintas respuestas posibles a esta pregunta
llevan a subsiguientes preguntas: si es que sí, ¿por qué nuestras explicaciones
sobre la acción humana son menos precisas y menos informativas que las
explicaciones científicas de las ciencias naturales? Si la respuesta es que no,
es decir, que los métodos de la ciencia natural son inapropiados, entonces ¿cuál
es la forma correcta de explicar científicamente la acción? Y si no hay manera
de explicar científicamente la acción humana —como defienden algunos filósofos
y científicos sociales— ¿por qué la acción humana requiere un enfoque distinto
del de la ciencia natural, y qué clase de enfoque requiere?
Estas preguntas son el equipaje
de trasfondo de la ciencia social desde su origen y denotan que, generalmente,
el tipo de pregunta que se hace el investigador social puede subdeterminar en
gran medida el tipo de respuesta que obtendrá.
Supongamos, como estamos
dispuestos a sostener aquí, que la ciencia social —incluso la que se ocupa de
estudiar solamente variables agregadas— basa sus explicaciones económicas,
sociológicas o antropológicas en ciertos supuestos sobre la psicología de los
individuos. Esto quiere decir que, sea cual sea el campo social de análisis,
por el mero hecho de estudiar la acción humana y sus consecuencias, siempre
subyacen supuestos sobre la racionalidad, la propensión a la socialidad, la
motivación o, en general, las dotaciones cognitivas de los humanos. En
ocasiones es la propia teoría la que establece las precondiciones psicológicas
sobre las que elabora las explicaciones sociales. Cuando esto ocurre, nos
hallamos ante un caso relativamente sencillo de abordar, puesto que podemos
examinar, poner en contradicción y, si procede, tratar de enmendar, la verosimilitud
y la informatividad de los supuestos cognitivos inventariados. En cambio,
resulta particularmente interesante para los fines del presente texto examinar
en qué situación se halla la teorización social cuando los supuestos psicológicos
sobre los que ésta se construye son implícitos y, a menudo, tácitos.
En este caso, pudieran darse dos
circunstancias de especial interés: o bien suponemos la existencia de un
acuerdo universal en la comunidad científica sobre la disponibilidad de una
teoría psicológica suficientemente buena, lo cual permitiría tomarla como
supuesto tácito de partida; o bien consideramos que la ciencia social es un
ámbito gnoseológico autocontenido que no requiere hacer explícitos los
principios procedentes de otras disciplinas, por ejemplo de la psicología. La
primera opción presupone, a su vez, un reconocimiento de la necesidad de tener
en cuenta las aportaciones de otras disciplinas, pero la común aceptación de
una teoría haría redundante su incorporación explícita. La segunda
interpretación niega de plano la bondad de un continuum epistémico y afirma a
las ciencias sociales como reino autárquico.
[…] ¿Es realista pensar que el
que en ciencia social no se haga explícita una descripción de la psicología
humana tenga su razón en la aceptación general de una teoría psicológica
suficientemente robusta e informativa? Puesto que en la psicología científica
hoy por hoy no hay acuerdo en una teoría unificada, la respuesta debiera ser
negativa. Pero cabe otra interpretación. En las ciencias sociales, una razón de
peso para eludir predefiniciones psicológicas ha sido la aceptación de una
tradición heredada, según la cual está fuera de discusión que las personas actúan
para conseguir aquello que desean, dadas unas creencias. Se trata de una
definición precisa y simple que presupone que el objeto de estudio de la
ciencia social es la acción humana (ya sea individual o en agregados
institucionales), y presupone asimismo que la acción humana está determinada
por una conjunción de deseos y creencias que, a su vez, son razones y causas de
la acción. Dicho en términos filosóficos, la persistencia de este esquema psicológico
de fondo se explicaría porque cada uno de sus elementos da cuenta de una «clase
natural» de hechos del mundo (la conducta humana y sus causas) y vendría avalado
por su innegable eficacia predictiva en la vida social de los humanos.
La fuerza de la folk psychology y
sus limitaciones
Los humanos navegamos con gran
facilidad en el proceloso mar del mundo social por mor de la eficacia del
simple esquema que conecta la acción humana con los deseos y las creencias.
Desde la noche de los tiempos, los humanos somos capaces de entender de un modo
sorprendentemente sencillo la acción de alguien si conocemos cuáles eran sus
creencias y cuáles los deseos que le animaron. En otro sentido, podemos
predecir con gran fiabilidad cuál va a ser la acción que emprenderá otra
persona si de antemano conocemos cuáles son sus deseos y creencias. Más aún,
conociendo cuál ha sido su acción y cuáles sus deseos, podemos inferir verosímilmente
qué creencias albergaba. Y, en fin, sabiendo cuál ha sido su acción y cuáles sus
creencias, podemos conjeturar muy aproximadamente cuáles eran sus deseos. En
lenguaje de filosofía de la mente, este esquema es conocido como folk
psychology o psicología intuitiva o de sentido común. Se trata de una supuesta
explicación de la naturaleza psicológica humana que funciona con extraordinaria
precisión en las interacciones sociales entre los miembros de la especie.
De aceptar que las categorías
descriptivas de sentido común de la folk psychology son correctas, es decir, de
aceptar que las acciones, los deseos y las creencias son descripciones que,
como diría Aristóteles, dividen las diferentes partes de la realidad por sus
articulaciones, la pregunta relevante sería si la folk psychology puede coadyuvar
a una explicación causal de los mecanismos subyacentes de la acción humana. Los
humanos depositamos una gran confianza en la folk psychology porque nos permite
hacer inferencias, predictivas o retrodictivas, que resultan empíricamente muy
fiables. Se trata de un esquema que utilizamos de una forma inconsciente, al igual
que ocurre con la gramática que regimenta nuestro habla, la cual evita que
cometamos errores sintácticos básicos sin que necesariamente tengamos
consciencia de ello. Si de esto dedujéramos que las explicaciones folk
psychology funcionan muy bien como explicaciones causales de la acción humana,
que acotan y dan cuenta plausiblemente de la intencionalidad humana, podríamos
llegar a pensar sin violencia conceptual que la folk psychology es una
excelente candidata para dar forma a las explicaciones en ciencias sociales.
Entonces, nos preguntaríamos, ¿por qué no dejar que la ciencia social trate de
desarrollarse a partir de explicaciones folk, si resulta que éstas nos
garantizan un éxito predictivo tan estimable? Se trataría de ampliar esta
«teoría» a partir de la comprensión de las interacciones de los individuos hasta
llegar a la modelización de las interacciones que ocurren en las instituciones
sociales entre un gran número de individuos, y también hasta las interacciones
entre individuos cuyas culturas y formas de vida son distintas de las propias.
Más que una mera hipótesis, es un
hecho que una parte importante de la ciencia social se ha desarrollado a partir
de un esquema folk, a menudo sin tener plena consciencia de ello. Regiones
relevantes de la ciencia social han tomado la folk psychology como un mecanismo
de descubrimiento de significados, de comprensión de los hechos sociales
humanos, de vía por la que se puede hacer inteligible la acción humana, de modo
que han permitido desechar explicaciones causales fuertes —en el sentido de las
que se pretenden en las ciencias naturales. En este sentido, que conecta con la
venerable tradición de la hermenéutica y las Geisteswissenchaften (o ciencias
del espíritu, en oposición a las Naturwissenchaften, o ciencias naturales), el
propósito de las ciencias sociales no sería el de explicar —en sentido causal
fuerte—, sino el de comprender —de algún modo explicar, utilizando las razones
como causas de la acción—, el de hacer inteligible la acción. Cabe preguntarse,
por tanto, si la economía, la sociología, la antropología, la ciencia política
o la historia tienen a su disposición —vía folk psychology— una teoría causal
de la acción humana en sentido fuerte, o si sólo pueden aspirar a utilizarla
para hacer inteligible la acción humana. Lo normal en ciencia empírica a la
hora de establecer una conexión causal (fuerte) entre A y B es disponer de
descripciones de A y de B que sean conceptualmente independientes del vínculo
causal existente entre ellas. Cuando afirmamos, por ejemplo, que hay un vínculo
funcional y causal entre la presión de un gas, su volumen y su temperatura,
tenemos medios de controlar todas esas variables (de describirlas y de medirlas)
de un modo conceptualmente independiente de la ley de Boyle, que expresa el
vínculo funcional (y causal) entre ellas. Eso es lo que hace que esa ley sea,
en principio, corregible y ajustable empíricamente. En cambio, no parece fácil
encontrar descripciones de las creencias, los deseos y las acciones de los
individuos que sean conceptualmente independientes entre sí y conceptualmente
independientes del esquema básico o «ley» de la folk psychology. Parece difícil
imputar deseos y creencias que expliquen la acción de alguien de un modo
conceptualmente independiente de la hipótesis (esa hipótesis es la «ley» de la
folk psychology) de que ese alguien es coherente o racional en algún sentido
que nos haga inteligible su acción. El problema radica en que la peculiar
noción de causalidad comprensiva (utilizar las razones de la acción como causas
de la acción) tiene su talón de Aquiles en que la «ley» de la folk psychology
no sería interpretable causalmente en ningún sentido filosófico serio; esa,
digamos, «ley», sería empíricamente incorregible, y sólo serviría para hacernos
inteligible la acción humana, para hacernos comprenderla, no explicarla. Y la
imposibilidad de corrección empírica haría que las hipótesis resultantes corrieran
el serio riesgo de ser vacuas o arbitrarias. El circulo hermenéutico formado por
deseos, creencias y acciones sólo permitiría, pues, explicaciones fatalmente
circulares.
De modo que toda la fuerza de la
folk psychology, su innegable poder para realizar inferencias sobre los estados
mentales intencionales de los individuos en las interacciones cotidianas, se
vuelve contra ella cuando se pretende extenderla a otros ámbitos de la
teorización social que sobrepasen el nivel folk, intuitivo o de sentido común.
De todo esto podría desprenderse
que, o bien optamos por considerar que la ciencia social es un ámbito
gnoseológico autocontenido que no requiere hacer explícitos los principios ni
la metodología de investigación procedentes de otras disciplinas (una suerte de
reino causalmente aislado), de modo que no nos quedaría otra salida que la vía
de exploración hermenéutica, en alguna de sus innumerables ramificaciones; o
bien, si seguimos considerando epistémicamente irrenunciable la necesidad de
encontrar explicaciones causales empíricamente corregibles y consideramos,
además, que para conseguirlo es condición necesaria que la ciencia social tenga
en cuenta los resultados de las ciencias adyacentes, entonces debemos optar por
reconceptualizar la relación entre la ciencia social y la psicología.
El presente texto es un fragmento extraído de: "Mundó, Jordi - Filosofía, ciencia social y cognición humana: de la folk psychology a la psicología evolucionaria"