domingo, 5 de febrero de 2017

Ciencia social con y sin psicología, por Jordi Mundó

En las ciencias sociales hay un gran número de problemas sin resolver. En la tarea científica, de repente, por mor de un descubrimiento determinado, podemos empezar a hacernos nuevas preguntas que requieren de nuevas estrategias investigadoras. […] Hoy, muchos biólogos creen que pueden responder a ciertas preguntas sobre la naturaleza humana, los orígenes de la especie y la naturaleza de la vida que habían sumido en la perplejidad a la ciencia y a la filosofía desde sus inicios.
El presente texto parte de la tesis de que algo así ocurre hoy en las ciencias sociales con las aportaciones de la psicología evolucionaria, la cual ha abierto caminos nuevos, ha corroborado hipótesis antiguas, ha puesto en la picota otras tradiciones académicamente muy arraigadas y ha contribuido a poner orden en ciertas discusiones que estaban en un callejón sin salida metodológico y conceptual. Muchas preguntas siguen sin respuesta, pero podemos aducir nuevas razones para sostener o refutar explicaciones que hasta ahora permanecían en el limbo de la ciencia. Ocurre, sin embargo, que, en ocasiones, hay una cierta renuencia a aceptar que las respuestas a ciertas preguntas de una disciplina puedan venir de otros campos.
Las preguntas tradicionales de las ciencias sociales reflejan la importancia de las elecciones de las hipótesis sobre las que discurrirá la investigación y sobre los métodos con que desarrollarla. Primero está la pregunta sobre si la acción humana puede explicarse del mismo modo en el que las ciencias naturales explican los fenómenos en su dominio. Las distintas respuestas posibles a esta pregunta llevan a subsiguientes preguntas: si es que sí, ¿por qué nuestras explicaciones sobre la acción humana son menos precisas y menos informativas que las explicaciones científicas de las ciencias naturales? Si la respuesta es que no, es decir, que los métodos de la ciencia natural son inapropiados, entonces ¿cuál es la forma correcta de explicar científicamente la acción? Y si no hay manera de explicar científicamente la acción humana —como defienden algunos filósofos y científicos sociales— ¿por qué la acción humana requiere un enfoque distinto del de la ciencia natural, y qué clase de enfoque requiere?
Estas preguntas son el equipaje de trasfondo de la ciencia social desde su origen y denotan que, generalmente, el tipo de pregunta que se hace el investigador social puede subdeterminar en gran medida el tipo de respuesta que obtendrá.
Supongamos, como estamos dispuestos a sostener aquí, que la ciencia social —incluso la que se ocupa de estudiar solamente variables agregadas— basa sus explicaciones económicas, sociológicas o antropológicas en ciertos supuestos sobre la psicología de los individuos. Esto quiere decir que, sea cual sea el campo social de análisis, por el mero hecho de estudiar la acción humana y sus consecuencias, siempre subyacen supuestos sobre la racionalidad, la propensión a la socialidad, la motivación o, en general, las dotaciones cognitivas de los humanos. En ocasiones es la propia teoría la que establece las precondiciones psicológicas sobre las que elabora las explicaciones sociales. Cuando esto ocurre, nos hallamos ante un caso relativamente sencillo de abordar, puesto que podemos examinar, poner en contradicción y, si procede, tratar de enmendar, la verosimilitud y la informatividad de los supuestos cognitivos inventariados. En cambio, resulta particularmente interesante para los fines del presente texto examinar en qué situación se halla la teorización social cuando los supuestos psicológicos sobre los que ésta se construye son implícitos y, a menudo, tácitos.
En este caso, pudieran darse dos circunstancias de especial interés: o bien suponemos la existencia de un acuerdo universal en la comunidad científica sobre la disponibilidad de una teoría psicológica suficientemente buena, lo cual permitiría tomarla como supuesto tácito de partida; o bien consideramos que la ciencia social es un ámbito gnoseológico autocontenido que no requiere hacer explícitos los principios procedentes de otras disciplinas, por ejemplo de la psicología. La primera opción presupone, a su vez, un reconocimiento de la necesidad de tener en cuenta las aportaciones de otras disciplinas, pero la común aceptación de una teoría haría redundante su incorporación explícita. La segunda interpretación niega de plano la bondad de un continuum epistémico y afirma a las ciencias sociales como reino autárquico.
[…] ¿Es realista pensar que el que en ciencia social no se haga explícita una descripción de la psicología humana tenga su razón en la aceptación general de una teoría psicológica suficientemente robusta e informativa? Puesto que en la psicología científica hoy por hoy no hay acuerdo en una teoría unificada, la respuesta debiera ser negativa. Pero cabe otra interpretación. En las ciencias sociales, una razón de peso para eludir predefiniciones psicológicas ha sido la aceptación de una tradición heredada, según la cual está fuera de discusión que las personas actúan para conseguir aquello que desean, dadas unas creencias. Se trata de una definición precisa y simple que presupone que el objeto de estudio de la ciencia social es la acción humana (ya sea individual o en agregados institucionales), y presupone asimismo que la acción humana está determinada por una conjunción de deseos y creencias que, a su vez, son razones y causas de la acción. Dicho en términos filosóficos, la persistencia de este esquema psicológico de fondo se explicaría porque cada uno de sus elementos da cuenta de una «clase natural» de hechos del mundo (la conducta humana y sus causas) y vendría avalado por su innegable eficacia predictiva en la vida social de los humanos.
La fuerza de la folk psychology y sus limitaciones
Los humanos navegamos con gran facilidad en el proceloso mar del mundo social por mor de la eficacia del simple esquema que conecta la acción humana con los deseos y las creencias. Desde la noche de los tiempos, los humanos somos capaces de entender de un modo sorprendentemente sencillo la acción de alguien si conocemos cuáles eran sus creencias y cuáles los deseos que le animaron. En otro sentido, podemos predecir con gran fiabilidad cuál va a ser la acción que emprenderá otra persona si de antemano conocemos cuáles son sus deseos y creencias. Más aún, conociendo cuál ha sido su acción y cuáles sus deseos, podemos inferir verosímilmente qué creencias albergaba. Y, en fin, sabiendo cuál ha sido su acción y cuáles sus creencias, podemos conjeturar muy aproximadamente cuáles eran sus deseos. En lenguaje de filosofía de la mente, este esquema es conocido como folk psychology o psicología intuitiva o de sentido común. Se trata de una supuesta explicación de la naturaleza psicológica humana que funciona con extraordinaria precisión en las interacciones sociales entre los miembros de la especie.
De aceptar que las categorías descriptivas de sentido común de la folk psychology son correctas, es decir, de aceptar que las acciones, los deseos y las creencias son descripciones que, como diría Aristóteles, dividen las diferentes partes de la realidad por sus articulaciones, la pregunta relevante sería si la folk psychology puede coadyuvar a una explicación causal de los mecanismos subyacentes de la acción humana. Los humanos depositamos una gran confianza en la folk psychology porque nos permite hacer inferencias, predictivas o retrodictivas, que resultan empíricamente muy fiables. Se trata de un esquema que utilizamos de una forma inconsciente, al igual que ocurre con la gramática que regimenta nuestro habla, la cual evita que cometamos errores sintácticos básicos sin que necesariamente tengamos consciencia de ello. Si de esto dedujéramos que las explicaciones folk psychology funcionan muy bien como explicaciones causales de la acción humana, que acotan y dan cuenta plausiblemente de la intencionalidad humana, podríamos llegar a pensar sin violencia conceptual que la folk psychology es una excelente candidata para dar forma a las explicaciones en ciencias sociales. Entonces, nos preguntaríamos, ¿por qué no dejar que la ciencia social trate de desarrollarse a partir de explicaciones folk, si resulta que éstas nos garantizan un éxito predictivo tan estimable? Se trataría de ampliar esta «teoría» a partir de la comprensión de las interacciones de los individuos hasta llegar a la modelización de las interacciones que ocurren en las instituciones sociales entre un gran número de individuos, y también hasta las interacciones entre individuos cuyas culturas y formas de vida son distintas de las propias.
Más que una mera hipótesis, es un hecho que una parte importante de la ciencia social se ha desarrollado a partir de un esquema folk, a menudo sin tener plena consciencia de ello. Regiones relevantes de la ciencia social han tomado la folk psychology como un mecanismo de descubrimiento de significados, de comprensión de los hechos sociales humanos, de vía por la que se puede hacer inteligible la acción humana, de modo que han permitido desechar explicaciones causales fuertes —en el sentido de las que se pretenden en las ciencias naturales. En este sentido, que conecta con la venerable tradición de la hermenéutica y las Geisteswissenchaften (o ciencias del espíritu, en oposición a las Naturwissenchaften, o ciencias naturales), el propósito de las ciencias sociales no sería el de explicar —en sentido causal fuerte—, sino el de comprender —de algún modo explicar, utilizando las razones como causas de la acción—, el de hacer inteligible la acción. Cabe preguntarse, por tanto, si la economía, la sociología, la antropología, la ciencia política o la historia tienen a su disposición —vía folk psychology— una teoría causal de la acción humana en sentido fuerte, o si sólo pueden aspirar a utilizarla para hacer inteligible la acción humana. Lo normal en ciencia empírica a la hora de establecer una conexión causal (fuerte) entre A y B es disponer de descripciones de A y de B que sean conceptualmente independientes del vínculo causal existente entre ellas. Cuando afirmamos, por ejemplo, que hay un vínculo funcional y causal entre la presión de un gas, su volumen y su temperatura, tenemos medios de controlar todas esas variables (de describirlas y de medirlas) de un modo conceptualmente independiente de la ley de Boyle, que expresa el vínculo funcional (y causal) entre ellas. Eso es lo que hace que esa ley sea, en principio, corregible y ajustable empíricamente. En cambio, no parece fácil encontrar descripciones de las creencias, los deseos y las acciones de los individuos que sean conceptualmente independientes entre sí y conceptualmente independientes del esquema básico o «ley» de la folk psychology. Parece difícil imputar deseos y creencias que expliquen la acción de alguien de un modo conceptualmente independiente de la hipótesis (esa hipótesis es la «ley» de la folk psychology) de que ese alguien es coherente o racional en algún sentido que nos haga inteligible su acción. El problema radica en que la peculiar noción de causalidad comprensiva (utilizar las razones de la acción como causas de la acción) tiene su talón de Aquiles en que la «ley» de la folk psychology no sería interpretable causalmente en ningún sentido filosófico serio; esa, digamos, «ley», sería empíricamente incorregible, y sólo serviría para hacernos inteligible la acción humana, para hacernos comprenderla, no explicarla. Y la imposibilidad de corrección empírica haría que las hipótesis resultantes corrieran el serio riesgo de ser vacuas o arbitrarias. El circulo hermenéutico formado por deseos, creencias y acciones sólo permitiría, pues, explicaciones fatalmente circulares.
De modo que toda la fuerza de la folk psychology, su innegable poder para realizar inferencias sobre los estados mentales intencionales de los individuos en las interacciones cotidianas, se vuelve contra ella cuando se pretende extenderla a otros ámbitos de la teorización social que sobrepasen el nivel folk, intuitivo o de sentido común.

De todo esto podría desprenderse que, o bien optamos por considerar que la ciencia social es un ámbito gnoseológico autocontenido que no requiere hacer explícitos los principios ni la metodología de investigación procedentes de otras disciplinas (una suerte de reino causalmente aislado), de modo que no nos quedaría otra salida que la vía de exploración hermenéutica, en alguna de sus innumerables ramificaciones; o bien, si seguimos considerando epistémicamente irrenunciable la necesidad de encontrar explicaciones causales empíricamente corregibles y consideramos, además, que para conseguirlo es condición necesaria que la ciencia social tenga en cuenta los resultados de las ciencias adyacentes, entonces debemos optar por reconceptualizar la relación entre la ciencia social y la psicología.


El Determinismo Social

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