lunes, 20 de enero de 2020

Las relaciones internacionales como herramienta para el desarrollo del sur global


Tradicionalmente, las teorías sobre el desarrollo social y económico se han centrado casi exclusivamente en los factores internos del país, aquellos que están bajo la jurisdicción del Estado, tales como la política económica, la provisión de servicios sociales, la reestructuración política, entre otros. Y aunque este énfasis a menudo ha venido de la mano de organizaciones internacionales por medio de esfuerzos de cooperación internacional, poco se ha hablado de las relaciones internacionales en sí, aunque haya sido justamente desde ese ámbito donde se ha promovido la cooperación para el desarrollo durante las últimas décadas.



Este argumento se fundamenta en una visión particular del sistema internacional basada en el enfoque sistémico del filósofo argentino Mario Bunge. En términos generales, para Bunge cada cosa en el universo es un sistema o un componente de un sistema, y, en particular, concibe a cada sociedad como un sistema que se representa por la terna <C, E, S>, donde C representa a la composición, E al entorno y S a la estructura (conjunto de relaciones) del sistema. El entorno (E) de una sociedad es todo aquello que está fuera de ella, es decir los demás Estados y sus territorios, además de los territorios que no pertenecen a ningún Estado y de otras entidades no estatales. Por otro lado, tanto la composición (C) como la estructura (S) de cualquier sociedad pueden a su vez expresarse mediante la cuaterna <B, E*, P, C*> que representa los cuatro subsistemas de toda sociedad. Así, B representa al subsistema biológico que incluye a los componentes humanos de la sociedad y se estructura mediante relaciones de parentesco, demográficas, sexuales, y demás; E* representa al subsistema económico que se estructura mediante relaciones de producción e intercambio de bienes y servicios; P representa al subsistema político que se estructura en base a relaciones de poder, y C* representa al subsistema cultural que se estructura en base a relaciones de producción y transmisión de bienes simbólicos, artísticos, etc. De todos estos subsistemas nos interesa principalmente el político, pues es mediante este subsistema que algunas sociedades lograron materializar sus relaciones de poder en forma de un Estado, el cual las representa frente a otras entidades estatales presentes en su entorno.

Dentro de este enfoque, el entorno de la sociedad (o sistema social) es también un sistema, al que denominaremos sistema internacional, el cual está compuesto principalmente por Estados y organizaciones internacionales, que está estructurado con base en relaciones de poder y tiene como entorno al territorio sobre el cual se asienta (el planeta tierra en su totalidad). Es en este sistema sobre el cual actúa el Estado para poder alcanzar sus objetivos, no solo sus objetivos externos como su supervivencia y seguridad, según los proponentes de la Realpolitik, sino también sus objetivos internos que están determinados según el tipo de organización social, económica y política que predomine dentro de sus fronteras. Por ello, el Estado, en medio del sistema internacional, se encuentra en la posición doble: por un lado, es un ambiente externo sobre el cual no tiene total control, y, por el otro, es un miembro de ese mismo ambiente considerado como sistema, en medio del cual se ve obligado a interactuar con otras entidades estatales y no estatales.

El papel de los países no desarrollados

En referencia a las relaciones de poder, los países no desarrollados se caracterizan por tener una cuota de poder muy pequeña en medio del sistema internacional. Pero estas cuotas son muy dispares pues algunos de ellos, como Brasil, tienen capacidad de agencia en su entorno más próximo. Mientras que otros, como muchos países de África Subsahariana, países empobrecidos, tienen una capacidad de agencia muy limitada debido a sus problemas internos. Esto contrasta fuertemente con la cuota de poder de los países desarrollados, en especial de potencias como China y Estados Unidos, cuya capacidad de agencia se extiende a zonas del planeta mucho más allá de sus fronteras.

En esta situación es fácil ver que a un país no desarrollado le iría muy mal si su Estado intentase alcanzar individualmente sus objetivos de desarrollo actuando más allá de lo que su cuota de poder en el sistema internacional le permite. Un ejemplo de esto es Venezuela, que intentó ejercer un contrapeso geopolítico contra la influencia estadounidense durante el gobierno de Hugo Chávez, aprovechando el auge económico que le generó el alto precio del petróleo en la década de 2000. Esta acción, sin duda, generó ciertos réditos inmediatos para el gobierno venezolano, el cual se vio en una temporal situación de liderazgo al frente de Estados con gobiernos afines como Argentina, Boliva, Brasil, Cuba, entre otros. Sin embargo, la situación cambió rápidamente cuando el precio del petróleo cayó y los gobiernos afines en aquellos Estados también cayeron o se debilitaron por dinámicas internas. El gobierno venezolano comenzó a afrontar una crisis económica y social en la cual se encontraba sin apoyo internacional y con sanciones que hundían en una mayor crisis a su economía.

Los casos de Brasil y Perú
El caso contrario podría representarse por Estados que actuaron, y actúan, con mayor pragmatismo en sus relaciones internacionales, tales como Brasil o Perú. Empecemos por el caso brasileño. Durante la década de 2000 y parte de la de 2010, Brasil perteneció a dos grupos que amenazaban con cambiar la situación internacional tanto a nivel latinoamericano como mundial. Uno de ellos es el grupo de gobiernos izquierdistas latinoamericanos liderados por Venezuela y el otro es el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica). La pertenencia a cualquiera de estos hubiera podido costarle a Brasil la animosidad de Washington y con ella la aplicación de medidas hostiles para alinearle a su política exterior en la región o para castigarle, como sucedió con el régimen chavista. Sin embargo, nada de ello ocurrió, las relaciones internacionales de Brasil con Estados Unidos y con sus vecinos apegados a la política exterior estadounidense (como Chile o Colombia) no se vieron deterioradas, y Brasil pudo afrontar períodos de crisis política y estancamiento económico sin recibir ningún tipo de sanción que pudiese agravar su situación interna. En este sentido, podría afirmar que el trabajo de Itamaraty evitó que Brasil se convirtiera en una Venezuela de dimensiones colosales.

Un caso similar es el de Perú, un Estado claramente alineado a la política exterior estadounidense desde la década de 1990, con quien firmó un tratado de libre comercio en 2003. Sin embargo, ese mismo año condenó la invasión a Irak desde su posición como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Además, firmó un tratado de libre comercio con China que entró en vigor en 2010. Perú hizo esto sin necesidad de entrar en tensiones diplomáticas con Estados Unidos y sin recibir ningún tipo de sanción punitiva o embargo de parte de la potencia norteamericana. Asimismo, Perú ha sido el promotor del Grupo de Lima, el cual afecta los intereses chinos en Latinoamérica, sin recibir sanción alguna del gigante asiático.

¿Cuál es el punto común de la política exterior brasileña y peruana? Se encuentra en la combinación de dos factores. El primer factor ha sido la conciencia de su posición en la estructura de relaciones de poder que configura al sistema internacional, Brasil como potencia regional y Perú como un país con poco margen de poder tanto regional como mundial. El segundo factor es el uso moderado de esa porción de poder. Esto sirvió al Estado peruano para asegurar la afluencia de recursos financieros a su país por medio del comercio internacional, y a Brasil para evitar que la potencia dominante del hemisferio reaccione drásticamente ante los desafíos que pudo representar a nivel regional en determinado momento.

Así, podemos preguntarnos cuál es el efecto de las relaciones internacionales con respecto a las posibilidades de desarrollo de un país. Una respuesta derivada de esta lectura de la realidad es que sirven para, primero, abrir o cerrar el acceso a recursos que el Estado puede manejar para impulsar políticas económicas y sociales necesarias para su desarrollo (como sucedió respectivamente y de maneras opuestas en los casos peruano y venezolano), o, en segundo lugar, para propiciar o evitar medidas punitivas de potencias rivales en momentos críticos que pueden afectar gravemente las posibilidades de desarrollo del país (como lo ejemplifican los casos venezolano y brasileño). Es entonces necesario que la política exterior de nuestros países sea llevada a cabo con profesionalismo y guiada por lineamientos generales de la política de desarrollo del Estado para evitar los vaivenes y tropiezos que pueden generar los a veces drásticos cambios políticos ocurridos al interior de cada Estado.

1 Publicado originalmente en Foreign Affairs Latinoamérica, online edition. Disponible en: http://revistafal.com/las-relaciones-internacionales-como-herramienta-para-el-desarrollo-del-sur-global/

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