Un elemento crucial para el desarrollo de un país, el cual es soslayado en los debates políticos en Latinoamérica, es el mantenimiento de buenas relaciones internacionales tanto con los países vecinos como con las potencias dominantes. Estas entidades, hablando en términos sistémicos, constituyen el entorno en el que se desenvuelve un Estado. Así, si se habla de Estados pequeños en términos económicos y militares, como los latinoamericanos, este entorno se constituye como totalmente exógeno, debido a la falta de poder para modificarlo con base a sus intereses.
Frente esta exogeneidad del entorno interestatal, a los gobiernos latinoamericanos solo les queda como opción acomodarse al mismo e intentar, con base en el manejo de una diplomacia prudente, sacar provecho de todas las oportunidades que se les presenten. Sin embargo, esta afirmación no implica que un Estado pequeño deba ser el esclavo del poder hegemónico dominante en el hemisferio en el que se encuentre. Implica mantener relaciones políticas y comerciales inteligentes, así como saber aprovechar los huecos de poder y oportunidad que se encuentren en medio de las relaciones internacionales.
Un ejemplo de ello es Perú, un país claramente alineado a la política exterior estadounidense desde la década de 1990. Sin embargo condenó la invasión estadounidense a Irak en 2003 y firmó un tratado de libre comercio con China que entró en vigor en 2010. Este último punto sin necesidad de entrar en tensiones diplomáticas con Estados Unidos, con el cual también tiene un tratado de libre comercio y sin recibir algún tipo de sanción punitiva o embargo de parte de la potencia. Además, forma parte del Grupo de Lima, el cual afecta los intereses chinos en Latinoamérica, sin recibir sanción alguna del gigante asiático. Así, este movimiento de Perú de tener tratados de libre comercio con las dos mayores potencias, Estados Unidos y China, es una de las tantas señales de que en los últimos 15 o 20 años estamos ante un proceso de multipolarización. Esto se contrasta con los años inmediatamente posteriores a la caída de la Unión Soviética, una situación en la que a un Estado pequeño solo le quedaba como opción inteligente no desafiar el poder de la potencia mundialmente dominante: Estados Unidos.
Llegado a esto, podemos ver que todo el periodo de gobierno chavista en Venezuela, la llamada Revolución bolivariana, también ha estado en medio de este proceso de multipolarización del sistema interestatal. Pero la estrategia venezolana no ha sido prudente por dos motivos. El primero es que, en vez de una estrategia pragmática de imparcialidad hacia los polos geopolíticos, ha desarrollado una estrategia de abierta confrontación con la potencia hegemónica del hemisferio, acercándose, al inicio discretamente y luego abiertamente, hacia China, la potencia económica emergente, y hacia Rusia, la potencia militar que quiere resurgir. El segundo motivo, y el más importante, ha sido no darse cuenta de que China no tenía antecedentes de ser potencia hegemónica más allá de su hemisferio.
En esto último radica la irresponsabilidad de China como potencia hegemónica en ascenso, ya que no ha sabido manejar la situación de Venezuela como sí lo hicieron el Fondo Monetario Internacional y Estados Unidos a finales de la década de 1980 e inicios de la década de 1990 con los países latinoamericanos en bancarrota e hiperinflación como Bolivia y Perú. En otras palabras, China no ha sabido aprovechar la ocasión de demostrarle al mundo en desarrollo que puede ser una alternativa viable. Por el contrario, se ha dedicado a subvencionar al gobierno de Maduro sin ninguna exigencia de responsabilidad fiscal, monetaria o financiera que haya permitido que el gobierno chavista maneje de manera responsable su economía y permita al país evitar caer en debacles económicas tan grandes como las que ahora está viviendo. El resultado de esto es que la imagen de China no es la de una potencia hegemónica que pueda asegurar algo de bienestar a sus aliados políticos, sino la de un país que apoya regímenes represivos y que ejerce la retirada cuando estos no pueden lidiar con sus propios problemas.
Sin embargo, esto no es algo particular en el accionar de la política exterior china, pues sigue el mismo patrón que la política adoptada en Asia con Sri Lanka y en diversos países africanos de las riberas del Índico, en los que los intereses chinos han encontrado nuevos mercados para sus productos y para su influencia política, y en los que también hay gobiernos de democracias débiles o incluso inexistentes. Esto da pie a hacernos un par de preguntas que solo los acontecimientos futuros podrán responder. ¿Hará algo China para que Venezuela salga de la crisis económica en la que se encuentra sumergida? ¿Qué estrategias tomará el gigante asiático para mejorar su imagen como potencia hegemónica que atraiga a nuevos socios y aliados que lo vean como una alternativa viable a las potencias occidentales?
1 Publicado originalmente en Foreign Affairs Latinoamérica, online edition. Disponible en: http://revistafal.com/la-irresponsabilidad-de-china-en-la-crisis-venezolana/
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