sábado, 26 de enero de 2019

Nota sobre los ingenieros en la historia de la economía


[L]a teoría económica de la empresa, con muchos de sus avíos analíticos, había encontrado su camino antes de 1850 en los escritos de ciertos economistas franceses. La maximización del producto en modelos de competencia, monopolio y duopolio, fue analizada de modo elegante por Cournot. El descubrimiento de la utilidad marginal, que realizó Dupuit, equilibró la presentación de la microeconomía y dirigió el énfasis hacia la teoría del consumidor y la economía del bienestar. Con todo, estos autores trabajaron fuera de la corriente principal del pensamiento económico, incluso en el continente. No recibieron la atención adecuada ni el trato justo por parte de sus contemporáneos, lo que sugiere que sus contribuciones se adelantaron a su época. Pero sus destinos como economistas también descansan probablemente en parte sobre el peculiar sistema francés de educación y la posición ocupada por cada autor en dicho sistema.
Aunque el tema es demasiado complicado para entrar en mayores detalles aquí, hay que advertir que durante siglos han existido dos variedades de educación superior en Francia: las universidades y las grandes écoles. Estas últimas son establecimientos de enseñanza superior de dimensiones limitadas, generalmente concentrados en una formación de naturaleza funcional y muy especializada. Las primeras grandes écoles, que funcionaron durante más tiempo, fueron las instauradas para la formación de ingenieros, y todavía es el caso que un ingeniero que se gradúa en una grande école francesa disfruta por lo general de una elevada consideración social y tiene acceso a puestos de gran responsabilidad y elevada remuneración. Además, estas grandes écoles han estado siempre íntimamente vinculadas al Estado, aún más desde la época de Napoleón.
Tanto Cournot como Dupuit eran productos de las grandes écoles, Cournot de la Ecole Nórmale y Dupuit de la Ecole des Ponts et Chaussées. Constituye un amplio testimonio del rigor de la formación técnica que recibieron que ambos fueran capaces de realizar una labor tan notable en un campo que hasta su época apenas había sido tocado por los matemáticos. Sin embargo, lo más destacable es que las suyas no fueron unas realizaciones aisladas. En la Ecole des Ponts et Chaussées, en particular, se había acumulado una impresionante tradición oral y escrita en investigación económica desde su fundación en 1747. En la década de 1830, Henri Navier (1785-1836), Joseph Minard (1781-1870) y Charlemagne Courtois estaban sondeando las profundidades de la economía pública mediante el establecimiento de marcos de coste-beneficio para la evaluación de las obras públicas. Fueron ellos, de hecho, los que iniciaron el tipo de investigación que impulsó a Dupuit a las alturas del análisis marginal.
La influencia de las grandes écoles llegó con el tiempo más allá de las fronteras de Francia. En 1830, Charles Ellet, estudiante de ingeniería americano, comenzó un periodo de estudio de dos años en la Ecole des Ponts et Chaussées, donde asimiló con ilusión las lecciones de Navier y Minard. De regreso a los Estados Unidos, Ellet inició importantes estudios teóricos sobre los temas de la discriminación de precios, demanda y monopolio, y la determinación económica de las áreas de mercado. Jacob Viner alineó a Ellet «con Cournot y Dupuit como un formulador pionero de la teoría pura del precio de monopolio en términos precisos» (The Long View and the Short, p. 388). Además, la tradición francesa económico-ingeniera continuó después de 1850. En la segunda mitad del siglo, otros dos estudiantes de la Ecole des Ponts et Chaussées brillaron de forma extraordinaria. Emile Cheysson (1836-1910) iluminó espléndidamente muchos aspectos de la teoría microeconómica en el marco de un análisis que evoca la econometría moderna, y Clement Colson (1853-1939) amplió el genio francés para la microeconomía aplicada al presente siglo, especialmente en lo relativo a la economía del transporte.
El genio especial de los ingenieros franceses fue reconocido, entre los economistas, por gigantes de la talla de Alfred Marshall. En su Industry and Trade (p. 117), Marshall observó que:
Los franceses están especialmente dotados para determinadas grandes empresas por su talento para la ingeniería. Desde los primeros tiempos, las catedrales y fortificaciones francesas, las carreteras y los canales franceses han puesto de manifiesto sus grandes facultades creativas. Desde la Revolución, la profesión de ingeniero ha sido tenida en gran honor en Francia: quizá no exista otro país en el que los jóvenes más capaces se sientan tan inclinados a ella.
Con todo, no fueron sólo los ingenieros franceses los que contribuyeron al análisis económico en el siglo xix. En Alemania, Wilhelm Laundhardt (1832-1918), ingeniero de ferrocarriles, realizó importantes contribuciones a la teoría de la formación de precios en el monopolio, a la localización industrial y el análisis de áreas de mercado, y a la economía del bienestar. Un ingeniero austríaco, Wilhelm Nórdling, construyó curvas de coste empíricas para los ferrocarriles austríacos en 1886. Finalmente, en Inglaterra, dos ingenieros especialmente capaces, Dionysius Lardner y Fleeming Jenkin, acometieron la representación gráfica de la oferta, la demanda y la maximización del beneficio en la mismísima tierra de la economía clásica. Sus esfuerzos en este sentido, tal vez más que cualquier otro factor, convencieron a William Stanley Jevons de que la teoría económica clásica había dejado de tener utilidad y que debía dar paso a un nuevo paradigma del análisis económico.
Una observación importante que debe deducirse de un estudio de la economía aplicada en el siglo XIX es, por tanto, que un número significativo de contribuciones originales e importantes a la microeconomía fueron realizadas por hombres extraídos del grupo de los ingenieros más que del de los filósofos. Los autores discutidos [...] fueron sobre todo practicantes (los estudiantes que consideran que la teoría económica es abstracta, alejada de la realidad e insípida, pueden sentirse animados por este hecho). Su interés por los problemas prácticos y su relación con los mismos brotaron de la necesidad diaria de dirigir trabajos. Y al encontrarse sus contribuciones al margen de la corriente principal de la teoría económica, no siempre encontraron audiencias receptivas a sus ideas entre los economistas. Los practicantes, a decir verdad, tiene poco tiempo para los aspectos metafísicos del valor y la distribución. Ellos tienen que resolver problemas prácticos, por lo general con prisas. Tal vez no sea sorprendente, por tanto, que un examen detenido de los mejores escritos económicos de los ingenieros del siglo XIX es en muchos aspectos más iluminador y más gratificante que un estudio de los mejores escritos de los economistas del siglo XIX.
Esto no sugiere que los economistas del siglo XIX no hiciesen un trabajo de primera clase en la teoría económica. [...] Más bien sugiere que los economistas pueden tener mucho que aprender de los desarrollos en campos de investigación relacionados con la economía. El aislamiento de las ideas dentro de las profesiones o especialidades puede, en otras palabras, resultar muy caro para el progreso de las ideas. Desde la época de Adam Smith, los economistas y otros científicos han practicado la sentencia de Smith sobre la especialización y la división del trabajo, persiguiendo el progreso teórico. Las recompensas han sido efectivamente abundantes. Pero incluso Smith fue muy consciente de las desventajas de la superespecialización. Los economistas actuales no pueden permitirse ser menos conscientes de los peligros de la superespecialización intelectual y del aislamiento de las ideas que con frecuencia la acompaña.

Extraído de "Historia de la teoría económica y su método" de Robert Ekelund y Robert Ebert, págs. 328-330

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