[L]a teoría económica de la empresa, con muchos de sus avíos
analíticos, había encontrado su camino antes de 1850 en los
escritos de ciertos economistas franceses. La maximización del
producto en modelos de competencia, monopolio y duopolio, fue
analizada de modo elegante por Cournot. El descubrimiento de la
utilidad marginal, que realizó Dupuit, equilibró la presentación
de la microeconomía y dirigió el énfasis hacia la teoría del
consumidor y la economía del bienestar. Con todo, estos autores
trabajaron fuera de la corriente principal del pensamiento económico,
incluso en el continente. No recibieron la atención adecuada ni el
trato justo por parte de sus contemporáneos, lo que sugiere que sus
contribuciones se adelantaron a su época. Pero sus destinos como
economistas también descansan probablemente en parte sobre el
peculiar sistema francés de educación y la posición ocupada por
cada autor en dicho sistema.
Aunque
el tema es demasiado complicado para entrar en mayores detalles aquí,
hay que advertir que durante siglos han existido dos variedades de
educación superior en Francia: las universidades y las grandes
écoles. Estas últimas son establecimientos de enseñanza
superior de dimensiones limitadas, generalmente concentrados en una
formación de naturaleza funcional y muy especializada. Las primeras
grandes écoles, que funcionaron durante más tiempo, fueron
las instauradas para la formación de ingenieros, y todavía es el
caso que un ingeniero que se gradúa en una grande école
francesa disfruta por lo general de una elevada consideración social
y tiene acceso a puestos de gran responsabilidad y elevada
remuneración. Además, estas grandes écoles han estado
siempre íntimamente vinculadas al Estado, aún más desde la época
de Napoleón.
Tanto
Cournot como Dupuit eran productos de las grandes écoles,
Cournot de la Ecole Nórmale y Dupuit de la Ecole des Ponts
et Chaussées. Constituye un amplio testimonio del rigor de la
formación técnica que recibieron que ambos fueran capaces de
realizar una labor tan notable en un campo que hasta su época apenas
había sido tocado por los matemáticos. Sin embargo, lo más
destacable es que las suyas no fueron unas realizaciones aisladas. En
la Ecole des Ponts et Chaussées, en particular, se había
acumulado una impresionante tradición oral y escrita en
investigación económica desde su fundación en 1747. En la década
de 1830, Henri Navier (1785-1836), Joseph Minard (1781-1870) y
Charlemagne Courtois estaban sondeando las profundidades de la
economía pública mediante el establecimiento de marcos de
coste-beneficio para la evaluación de las obras públicas. Fueron
ellos, de hecho, los que iniciaron el tipo de investigación que
impulsó a Dupuit a las alturas del análisis marginal.
La
influencia de las grandes écoles llegó con el tiempo más
allá de las fronteras de Francia. En 1830, Charles Ellet, estudiante
de ingeniería americano, comenzó un periodo de estudio de dos años
en la Ecole des Ponts et Chaussées, donde asimiló con
ilusión las lecciones de Navier y Minard. De regreso a los Estados
Unidos, Ellet inició importantes estudios teóricos sobre los temas
de la discriminación de precios, demanda y monopolio, y la
determinación económica de las áreas de mercado. Jacob Viner
alineó a Ellet «con Cournot y Dupuit como un formulador pionero de
la teoría pura del precio de monopolio en términos precisos» (The
Long View and the Short, p. 388). Además, la tradición francesa
económico-ingeniera continuó después de 1850. En la segunda mitad
del siglo, otros dos estudiantes de la Ecole des Ponts et
Chaussées brillaron de forma extraordinaria. Emile Cheysson
(1836-1910) iluminó espléndidamente muchos aspectos de la teoría
microeconómica en el marco de un análisis que evoca la econometría
moderna, y Clement Colson (1853-1939) amplió el genio francés para
la microeconomía aplicada al presente siglo, especialmente en lo
relativo a la economía del transporte.
El
genio especial de los ingenieros franceses fue reconocido, entre los
economistas, por gigantes de la talla de Alfred Marshall. En su
Industry and Trade (p. 117), Marshall observó que:
Los franceses están especialmente dotados para determinadas grandes empresas por su talento para la ingeniería. Desde los primeros tiempos, las catedrales y fortificaciones francesas, las carreteras y los canales franceses han puesto de manifiesto sus grandes facultades creativas. Desde la Revolución, la profesión de ingeniero ha sido tenida en gran honor en Francia: quizá no exista otro país en el que los jóvenes más capaces se sientan tan inclinados a ella.
Con
todo, no fueron sólo los ingenieros franceses los que contribuyeron
al análisis económico en el siglo xix.
En Alemania, Wilhelm Laundhardt (1832-1918), ingeniero de
ferrocarriles, realizó importantes contribuciones a la teoría de la
formación de precios en el monopolio, a la localización industrial
y el análisis de áreas de mercado, y a la economía del bienestar.
Un ingeniero austríaco, Wilhelm Nórdling, construyó curvas de
coste empíricas para los ferrocarriles austríacos en 1886.
Finalmente, en Inglaterra, dos ingenieros especialmente capaces,
Dionysius Lardner y Fleeming Jenkin, acometieron la representación
gráfica de la oferta, la demanda y la maximización del beneficio en
la mismísima tierra de la economía clásica. Sus esfuerzos en este
sentido, tal vez más que cualquier otro factor, convencieron a
William Stanley Jevons de que la teoría económica clásica había
dejado de tener utilidad y que debía dar paso a un nuevo paradigma
del análisis económico.
Una
observación importante que debe deducirse de un estudio de la
economía aplicada en el siglo XIX es, por tanto, que un número
significativo de contribuciones originales e importantes a la
microeconomía fueron realizadas por hombres extraídos del grupo de
los ingenieros más que del de los filósofos. Los autores discutidos
[...] fueron sobre todo practicantes (los estudiantes que consideran
que la teoría económica es abstracta, alejada de la realidad e
insípida, pueden sentirse animados por este hecho). Su interés por
los problemas prácticos y su relación con los mismos brotaron de la
necesidad diaria de dirigir trabajos. Y al encontrarse sus
contribuciones al margen de la corriente principal de la teoría
económica, no siempre encontraron audiencias receptivas a sus ideas
entre los economistas. Los practicantes, a decir verdad, tiene poco
tiempo para los aspectos metafísicos del valor y la distribución.
Ellos tienen que resolver problemas prácticos, por lo general con
prisas. Tal vez no sea sorprendente, por tanto, que un examen
detenido de los mejores escritos económicos de los ingenieros del
siglo XIX es en muchos aspectos más iluminador y más gratificante
que un estudio de los mejores escritos de los economistas del siglo
XIX.
Esto
no sugiere que los economistas del siglo XIX no hiciesen un trabajo
de primera clase en la teoría económica. [...] Más bien sugiere
que los economistas pueden tener mucho que aprender de los
desarrollos en campos de investigación relacionados con la economía.
El aislamiento de las ideas dentro de las profesiones o
especialidades puede, en otras palabras, resultar muy caro para el
progreso de las ideas. Desde la época de Adam Smith, los economistas
y otros científicos han practicado la sentencia de Smith sobre la
especialización y la división del trabajo, persiguiendo el progreso
teórico. Las recompensas han sido efectivamente abundantes. Pero
incluso Smith fue muy consciente de las desventajas de la
superespecialización. Los economistas actuales no pueden permitirse
ser menos conscientes de los peligros de la superespecialización
intelectual y del aislamiento de las ideas que con frecuencia la
acompaña.
Extraído de "Historia de la teoría económica y su método" de Robert Ekelund y Robert Ebert, págs. 328-330