jueves, 26 de julio de 2018

La ontología de lo “virtual” a partir de Pierre Lévy y Mario Bunge

Introducción

La informática es probablemente el campo de desarrollo tecnológico que más neologismos introduce en el habla cotidiana. Pero algunos de estos neologismos que llegan a ser populares no siguen la significación original de las palabras que emplean y debido a su rápida difusión terminan desfigurando los significados de aquellas. Tres ejemplos notorios que afectan directamente a las ciencias sociales son: 1) “meme” que popularmente hace alusión a imágenes de contenido humorístico compartidas a través de Internet pero cuyo significado original refiere a la unidad mínima de información cultural según la teoría socio-biológica de Richard Dawkins; 2) “ingeniería social” que en términos informáticos hace referencia al conjunto de actividades o engaños que los atacantes usan para obtener información o bienes de las organizaciones a través de la manipulación de los usuarios legítimos (es decir, hackearlos); pero cuyo significado inicial en politología aludía a la supuesta capacidad de las ciencias sociales del siglo XX para modelar la sociedad futura; y 3) “redes sociales”, nombre por el que se conoce a un tipo de páginas web destinadas a compartir información con otras personas por medio de publicaciones públicas o privadas, pero cuyo significado original hace referencia a la teoría de redes sociales desarrollada por sociólogos como Mark Granovetter y Ronald Burt a mediados de las década de 1980.


Así pues, la presente ponencia tiene por objeto discutir un término que sufre el mismo fenómeno que los tres ejemplos anteriores pero que es más antiguo: “virtual”. Pero esta discusión no sólo se enfocará en precisar el significado original del concepto, sino que intentará dilucidar su utilidad para las ciencias sociales, y para la sociología de la ciencia en particular.

La ontología de Mario Bunge

De los dos autores que sirven de base para este breve análisis, Mario Bunge es quien ha trabajado con más profundidad la ontología. Es necesario empezar por la obra de Bunge porque abarca dos temas que son necesarios para analizar lo virtual: la materia y la realidad.

La posición de Bunge respecto a estos temas se ha mantenido casi constante a lo largo de su carrera, con ligeras modificaciones entre una obra y otra. En vista de ello se puede hablar de un núcleo de la filosofía bungeana que es expuesto con claridad por Dimeo (2008). En esta filosofía, que es materialista, se entiende a la materia como la colección de entidades materiales, que son aquellas que poseen energía, esto es, que pueden cambiar “cuando menos en lo que se refiere a su posición respecto de otros entes materiales” (Bunge, 1981, 28). Lo que no puede cambiar es aquello que no posee energía y por ende es inmaterial.

Sin embargo, no debe pensarse a lo inmaterial como totalmente desligado de la materia, solo es inmaterial en cuanto a su falta de capacidad de movimiento, pero no lo es en cuanto a su origen. Dentro de esta ontología lo inmaterial deriva de lo material y puede presentarse de tres maneras, ya sea como una relación entre objetos materiales, como una propiedad de los objetos materiales (Dimeo 2008:16) o como ideas o ficciones (Dimeo 2008:37).

Pero la materia no lo abarca todo, pues está comprendida dentro de una categoría más amplia: la realidad. ¿Qué es la realidad? En términos sencillos es la colección de todas las cosas reales, siendo reales todos aquellos objetos que o bien influyen sobre otros objetos, o bien son influidos por otros objetos:

Un objeto x es real si, y sólo si, o bien (a) hay por lo menos otro objeto y cuyos estados son (o serían) diferentes en ausencia de x, o bien (b) todo componente de x modifica los estados de algún otro componente de x. (Bunge, 1981, 37)

La principal característica de los objetos reales es la existencia (Dimeo 2008:45), de tal modo que esta ontología se basa en la tautología: es real=existe. La existencia es aquí un concepto amplio por lo que una frase como “Dios no existe” es falsa, ya que Dios sí existe, al menos como idea en el cerebro de muchas personas, aunque ciertamente para la metafísica que proponemos sí se puede decir que Dios no es material, esto es, no tiene energía, o que Dios no es objetivo, tal como se explicará más adelante.

Los objetos reales pueden dividirse de varios modos, como materiales e inmateriales,  objetivos y subjetivos, actuales o posibles. Respecto a la dicotomía objetivo/subjetivo, Bunge es claro cuando afirma que no define realidad “como existencia independiente del sujeto, y esto por dos razones. Primera, porque las creaciones humanas no se actualizan sin intervención humana. (Por ejemplo un libro, aunque real, debe su existencia a su autor y su editor.) Segunda, porque también los sujetos de conocimiento son reales.” (Bunge, 1981, 38)

Esto lleva a relativizar la idea de “mundo externo” que divide a muchos filósofos idealistas y materialistas ingenuos. Así, respecto de una idea o constructo, Bunge afirma que:

[…] es real porque es un proceso de mi propio cerebro. Y este último puede convertirse en objeto de estudio para algún otro, y, en consecuencia, existe en el mundo externo, para él. Nótese que no hay nada semejante a “el mundo” externo: todo mundo externo es un mundo externo a algún sujeto. El mundo (o realidad) puede considerarse como la suma (física) de todos los mundos externos, a condición de que el mundo existiera mucho antes de que emergieran los sujetos cognoscentes. (Bunge, 2002:101)

Además, es notorio a esta altura de la argumentación que lo subjetivo no es idéntico a lo inmaterial, sino solo un subconjunto de aquello, pues las relaciones y las propiedades entre las cosas, especialmente aquellas distintas del sujeto humano, no dependen de los sujetos cognoscentes para existir.

La diferencia entre actual y posible es más interesante a nuestro propósito. Bunge (2005:166) se refiere a lo posible como aquello que puede o no puede ocurrir, y cuya ocurrencia en la realidad depende de las leyes (naturales o sociales) pertinentes a los objetos sobre los que ocurrirá el hecho. Dimeo (2008:39-40) afirma que es muy restrictivo y hasta determinista reducir la posibilidad de la ocurrencia a la influencia de leyes naturales o sociales, pues ello haría que lo posible fuese en realidad lo determinado. Por ello, haciendo uso de una visión más compleja que Bunge define a lo posible como aquello que puede ocurrir como producto de cruces de “líneas legales”, que podríamos definir como procesos distintos afectados por distintas leyes que en determinado momento cruzan sus trayectorias pudiendo generar diversos tipos de hechos. Así, lo posible queda a medio camino entre lo necesario (que va a ser) y  lo imposible (que no va a ser).

En concordancia con lo anterior, mientras que lo posible hace referencia al futuro, lo actual hace referencia al presente, a lo que existe en este momento y cuya existencia no puede ser puesta en duda (aunque sí su materialidad o su objetividad).

Esto significa que la realidad es más que la unión de lo material e inmaterial, o de lo subjetivo con lo objetivo (ambas uniones abarcan los mismos elementos), sino que es la unión de lo material e inmaterial, objetivo o subjetivo, ya sea actual o posible. Solo queda fuera lo imposible, que se equipara a lo irreal, esto es, aquello que no puede existir ni puede ser pensado.

Además podemos añadir otra clasificación más que ni Bunge ni Dimeo proponen y dividir a lo real entre lo natural y lo artificial, donde lo primero es todo aquello cuya existencia se da sin intervención de la acción deliberada del sujeto mientras que lo segundo es todo aquello que existe gracias a la acción deliberada del sujeto. El conjunto de los objetos artificiales sería más grande que el conjunto de los entes subjetivos (lo incluiría dentro de sí) a la vez que el conjunto de los objetos naturales sería más pequeño que el conjunto de los objetos objetivos y que el de los objetos materiales. Por otro lado, la aparición de un objeto artificial, corresponde a un proceso mediante el cual una idea, que está en el cerebro de una o más personas, se hace real: un proceso que denominaremos actualización y que definiremos más adelante.

Por último, una idea importante en la que ni Dimeo ni Bunge profundizan es que la existencia se presenta en grados. El menor grado de existencia (igual a cero) corresponde a lo irreal, mientras que el mayor grado de existencia (igual a uno) corresponde a lo que es tanto actual como material. Lo posible está entre ambos dependiendo de las condiciones que requiera para actualizarse, en una situación tal que su grado de existencia puede caer a cero (hacerse imposible) o subir a uno (volverse actual). Por otro lado, lo inmaterial también está entre ambos extremos pero su situación no es indeterminada como lo posible, sino que es inferior en grado a la existencia de lo material ya que siempre brota de los cambios en la materia.

Lo virtual en Lévy

La discusión ontológica que hace Pierre Lévy en Cibercultura (1999) es concordante en buena medida con lo que afirma Bunge. Así, lo que Lévy llama “virtual” es lo que en párrafos anteriores hemos denominado como “posible”, por lo que a partir de ahora usaremos únicamente la palabra virtual.

Lévy nos dice que lo virtual es aquello que no es actual, sino que existe en potencia.

En la acepción filosófica, es virtual aquello que existe sólo en potencia y no en acto, el campo de fuerzas y de tendencias que tiende a resolverse en una actualización. Lo virtual se encuentra antes de la concretización efectiva o formal […]. Pero en el uso corriente, la palabra virtual es muchas veces empleada para significar la irrealidad –mientras la “realidad” presupone una efectivación material, una presencia tangible. La expresión “realidad virtual” suena entonces como un oxímoron, un misterioso arte de magia […]. Sin embargo, en rigor, en filosofía lo virtual no se opone a lo real pero sí a lo actual: virtualidad y actualidad son apenas dos modos diferentes de la realidad. (Lévy, 1999:47)

Al no ser actual, lo virtual está desterritorializado (Lévy, 1999:47), es decir es independiente del tiempo y el espacio (en términos más precisos, del espacio-tiempo). A su vez el proceso que lleva desde lo virtual hasta lo actual se denomina actualización, que para Lévy, en concordancia con lo mencionado en párrafos anteriores, no es un proceso uniforme:

Lo virtual existe sin estar presente. Añadamos que las actualizaciones de una misma entidad virtual pueden ser bastante diferentes unas de otras, y que lo actual nunca está completamente predeterminado por lo virtual. […] Lo virtual es fuente infinita de actualizaciones. (Lévy, 1999:48)

Es a partir de aquí que podemos entrar a discutir sobre la informática a través del concepto de digitalización. La digitalización consiste en la virtualización de la información a través de su transformación en códigos binarios. Pero nótese que no son los códigos binarios lo virtual, sino el contenido de la información. Los códigos binarios son actuales, están allí, escritos en una memoria o disco duro, pero la información que ha sido plasmada en ellos, tal como estaba plasmada en los cerebros humanos antes de codificarla ya no está presente ni material ni inmaterialmente, necesita ser actualizada a través de la traducción que ejecuta el computador o cualquier aparato que usemos para ello, y necesita además de seres humanos capaces de codificar, entender esa información previamente virtualizada. Lévy hace un ejemplo muy esclarecedor analizando una imagen de computadora:

Diremos que una imagen es virtual si su origen es una descripción digital en una memoria de computadora. […] Si quisiéramos mantener un paralelo con el sentido filosófico, diríamos que la imagen es virtual en la memoria de la computadora y actual en la pantalla. La imagen es aún más virtual, por así decir, cuando su descripción digital no es un depósito estable en la memoria de la computadora, sino cuando es calculada en tiempo real por un programa a partir de un modelo de flujo de datos de entrada. (Lévy, 1999:73)

Esto que escribió Lévy a fines del siglo pasado es aún más patente hoy en día si comparamos un video que tengamos en nuestra PC con un vídeo disponible en YouTube: En el primer caso, el contenido del video está virtualmente presente en nuestra PC, mientras que el contenido de un vídeo subido a YouTube está virtualmente presente en cualquier aparato electrónico que se conecte a Internet.

Conclusiones sociológicas

Esta breve disertación termina haciendo dos precisiones que pueden serle útiles al sociólogo.

La primera hace referencia a lo virtual en la era digital. ¿Cuál es el sentido de usar dos palabras distintas como virtual y digital cuando el concepto de digitalización parece ser igual al de virtualización? La respuesta es que no son iguales: La digitalización es una forma de virtualización hecha por medio de computadora.

Esto quiere decir que el ser humano ha virtualizado información mucho antes de la existencia de las computadoras (probablemente mucho antes de que fuera un homo sapiens tal como lo conocemos): primero a través del almacenamiento de ideas y recuerdos en su cerebro a través de fábulas y mitos y luego a través de diversas actividades por las que plasmaba información sobre soportes extracorporales, empezando por las pinturas rupestres, seguida de otros materiales y formatos tales como las narraciones, los planos, las ecuaciones matemáticas, y el largo etcétera que compone toda la información cultural de la humanidad; hasta llegar a nuestros días en los que pudimos crear máquinas que nos permiten hacer de forma más eficiente todo ese proceso de virtualización de información, de cultura. En este sentido podemos encontrar continuidad entre la virtualización del siglo XXI y el desarrollo de la humanidad en el afán de perennizar su cultura. Ahora bien

Por otro lado, la ruptura se da en el hecho de que la virtualización es un proceso creciente en su alcance, y que con ella se hacen virtuales trozos de información que antes hubiera sido imposible virtualizar por medio de los soportes tradicionales. El más claro ejemplo de ello es el internet de las cosas, por medio del cual no sólo tendrías virtualmente bajo tu control el acceso a diversos trozos de información, sino que se podría actuar sobre los aparatos que los producen, y yendo más allá es la Inteligencia artificial y los programas de machine learning, mediante los cuales se intenta que las máquinas hagan lo mismo que el cerebro hace de manera cotidiana a cada momento: recoger trozos de información, procesarlo y almacenarlos autónomamente para actualizarlos cuando le sean necesarios.

En este sentido se le puede dar la razón a Lévy y decir que la cultura del siglo XXI es más virtual que la de siglos anteriores, y no porque nuestros predecesores hayan tenido menos imaginación que nosotros, sino porque el campo de lo virtual en nuestra cotidianidad va en aumento sin que haya desmedro de lo actual o material a nuestro alrededor. Un claro ejemplo de ello lo podemos ver si comparamos las revoluciones tecnológicas anteriores con la revolución digital contemporánea. Tanto la revolución agrícola como la revolución industrial no aumentaron la realidad, aunque sí la transformaron produciendo nuevos entes. No la aumentaron ya que solo se limitaron a transformar la materia desde una cierta materia prima hacia otro producto material (recordemos la clásica ley de Newton de que la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma). Por otro lado, la revolución digital sí aumenta la realidad por medio de la digitalización que aumenta el conjunto de lo posible (o virtual). Así pues, podemos concluir, sin acudir a sentidos metafóricos, que cada día vivimos un proceso de ampliación de nuestra realidad: Vivimos en una realidad ampliada y seguiremos viviendo en ella.

Referencias

Bunge, Mario y Rubén Ardila. 2002. Filosofía de la psicología. México: Siglo XXI

Bunge, Mario. 1981. Materialismo y ciencia. Barcelona: Seix y Barral

Bunge, Mario. 2005. Diccionario de filosofía. México: Siglo XXI

Dimeo, Mauricio. 2008. Materia, realidad y existencia en Mario Bunge. Tesis para obtener el título de Licenciado en Filosofía, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México.

Lévy, Pierre. 1999. Cibercultura. Sao Paulo: Editora 34



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