Así, por un lado, tenemos a Smith quien, a diferencia de lo que muchos creen aún hoy, no entendía la riqueza de un país como la riqueza de los empresarios que debían ser dejados a su libre albedrío (mano invisible) respecto a cualquier legislación o responsabilidad para con la sociedad. Por el contrario, este economista y filósofo escocés concebía a la riqueza de un país esencialmente como la riqueza y el bienestar de sus habitantes, alcanzada con base en la libertad de empresa y a las restricciones a la misma en los ámbitos donde no generara bienestar. Como consecuencia de ello, en su obra no están ausentes las recomendaciones al gobernante para que tome medidas que contrarresten los efectos nocivos de la división del trabajo, tales como la educación de las masas.
jueves, 30 de mayo de 2019
Países smithianos y países mercantilistas, dos modelos opuestos de desarrollo
La economía política clásica, que muchos erróneamente consideran superada o anticuada, puede dar ideas sugerentes sobre el mundo de hoy y los retos que afrontan en la actualidad los ciudadanos. Una de estas ideas tiene que ver con la temprana discrepancia que existía entre Adam Smith y algunos autores de la época, hoy considerados como «mercantilistas», en lo que respecta a la riqueza de un país, tema entendido actualmente bajo el rótulo de desarrollo. Con base en ella, se desarrollará una tipología de países smithianos y mercantilistas como modelos distintos de desarrollo capitalista que hoy se ofrecen como alternativas a los países en desarrollo.
Por otro lado, tenemos a los mercantilistas, quienes erróneamente han sido identificados como una escuela, cuando en realidad eran principalmente funcionarios al servicio de las cámaras de las monarquías, lo que a muchos de ellos les valió el título de «cameralistas». Estos no tenían como objetivo el bienestar individual, sino, más bien, el poder político y militar del Estado. Es en este sentido que recomiendan un papel activo a la autoridad estatal, pero no dirigido hacia la regulación del mercado en favor de los ciudadanos, sino hacia la regulación de actividades que afecten el equilibrio de poder del Estado con respecto a otros Estados rivales. Dentro de estas medidas no solo están las que recomiendan el atesoramiento de metales preciosos, erróneamente identificados como fuente de riqueza estatal, sino también encontramos, en mayor número, consejos destinados a establecer cuotas y limitaciones al comercio exterior, a promover la piratería e, incluso, a crear manufacturas de propiedad estatal.
Así pues, la principal diferencia entre estas perspectivas sobre el desarrollo no radica en la oposición entre la intervención y la no intervención estatal. Ambas promueven la intervención del Estado en la economía. La diferencia radica en el beneficiario de dicha intervención. Mientras que para Smith es el individuo a costa de restringir en algo la libertad del empresario, para los mercantilistas es el Estado, que no tiene ninguna aversión particular a afiliarse con el empresario. En concordancia con ello, en lo que respecta a los empresarios, por un lado, Smith recomienda al príncipe no dejarse influenciar por sus intereses al momento de hacer políticas y dejarlos competir libremente en el mercado, mientras que, por el otro, los mercantilistas aconsejaban al príncipe proteger los negocios de los empresarios nacionales, cuya prosperidad sea favorable al enriquecimiento y empoderamiento del Estado con respecto a sus rivales.
En medio de la coyuntura actual no es un ejercicio difícil reconocer cuáles son los países smithianos y los países mercantilistas hoy. Los primeros están representados por muchos de los países con mayor bienestar social (medido por el Índice de Desarrollo Humano) en los que se pudo construir un estado de bienestar que aplique de manera responsable y transparente las diversas políticas diseñadas para mejorar el nivel de vida de sus habitantes. Por el otro, tenemos a potencias mundiales, como China y Rusia, o regionales, como Arabia Saudita o Catar, que han aplicado políticas económicas que han enriquecido (excepto Rusia) y empoderado políticamente a sus Estados y a sus clases dominantes, a costa de la opresión y la miseria de su población.
Este no es un modelo que intente clasificar a todos los países en dos categorías, por el contrario, quedan muchos casos fuera de esta categorización. Algunos de ellos, como Estados Unidos, tienen algo de cada uno de los tipos esbozados líneas arriba, aunque en los últimos años el gobierno de Donald Trump podría llevar a ese país a convertirse en mercantilista. Sin embargo, la gran mayoría de los países queda fuera de esta categorización debido a que ni tienen un estado de bienestar que asegure un alto nivel de vida a su población junto a una economía de mercado dinámica y competitiva ni cuentan con un Estado poderoso económica y militarmente ya sea a nivel mundial o regional.
Así pues, dentro de este grupo mayoritario se encuentran los países en desarrollo, incluido en ellos los países latinoamericanos. Pero esta situación, aunque parezca negativa por no tener ni una población próspera ni un Estado fuerte, tiene como lado positivo que representa una oportunidad de interrogarnos, desde otra óptica, sobre el tipo de desarrollo que queremos, países poderosos e influyentes o países con ciudadanos que puedan cubrir todas sus necesidades, y cuáles condiciones se cumplen en nuestros países para acercarnos a uno u otro de los dos tipos ideales esbozados en este texto.
1 Publicado originalmente en Foreign Affairs Latinoamérica, online edition. Disponible en: http://revistafal.com/paises-smithianos-y-paises-mercantilistas-dos-modelos-opuestos-de-desarrollo/
2 Una versión ampliada en inglés puede encontrarse en el sitio web de Developing Economics:
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