En los últimos años, en el ámbito tanto de las ciencias sociales como de las políticas públicas, (especialmente aquellas destinadas ya sea al reconocimiento de grupos antes marginados o víctimas de diversos abusos o ya sea a la prevención de la desaparición de ciertas culturas) se ha utilizado mucho el concepto de memoria histórica, como una forma de memoria colectiva respecto a hechos que acontecieron en el pasado y que no deben de ‘olvidarse’.
Pues bien, este concepto de ‘memoria’ puede entenderse por lo menos de dos maneras: (1) al estilo Durkheim, como un hecho social real, tan real como cualquier cosa que podemos ver o tocar pero con una naturaleza ‘sui generis’ que, por supuesto, en el holismo durkheimiano nunca se explica; o (2) como una metáfora respecto al hecho de mantener en las personas el conocimiento conciencia de la ocurrencia de ciertos hechos importantes en el pasado.
La primera forma de entenderlo, es la más indefendible por el animismo que lleva implícita, y además porque Durkheim no es del agrado de la mayoría de los científicos sociales actuales. Por ello lo que resta de este articulo hablará de la segunda forma de entender la ‘memoria histórica’.